lunes, 19 de marzo de 2012

viernes, 9 de marzo de 2012

CAPÍTULO 3

Henry estaba furioso aquella mañana. Había un pequeño asunto acerca de Katherine que aún no había sido capaz de resolver.
-Pero querido… ¿estás seguro de que eso es lo que te ha dicho?-su esposa le miraba desde el sillón, algo preocupada por él, pero ni mucho menos tan furiosa como él. Conocía demasiado bien a Henry.
 El hombre se paseaba de un lado para otro con el teléfono recién colgado en la mano. Parecía estar hecho un basilisco, en su rostro brillaba la rabia y la crispación, algo que era bastante gracioso para quién lo viese.
-Completamente, Salomón no te deja marchar sin haber dejado antes los puntos por sentado. He intentado cancelar los documentos pero es imposible, el contrato está ya firmado para dentro de unos meses.
-¿Y de veras no has podido hacer nada? ¿A pesar de que tenemos la custodia?- eso no era cierto, la custodia la tenían los padres de Katherine pero, teniendo en cuenta los esfuerzos que habían hecho todos, la señora Delaga hablaba siempre en plural.
-Nada, aunque todavía no es demasiado tarde para intentarlo de nuevo. No pienso dejar de insistir hasta que sea demasiado tarde. No quiero que Katherine tenga que ir a ese internado, ni siquiera durante esos meses.
-¿Y si tu hermano no está de acuerdo?
 Aquello pareció crispar un poco más a Henry.
-Mi hermano estará de acuerdo con todo lo que yo decida, por eso ha dejado el asunto en mis manos.-eso tampoco era del todo cierto. En realidad Henry era el único que podía ocuparse de los papeles de Katherine, ya que era él quien la había “rescatado”.
-Si es por unos meses no creo que pase nada, querido. Estoy segura de que la pequeña Katherine podrá aguantar unos meses allí.
  Henry se acercó a su esposa y colocó las manos en sus hombros.
-Ingenua de la vida. No conoces ese sitio, ¡no lo conoces! Al principio parece que es un lugar maravilloso, un pequeño paraíso cuando logras tus pequeñas victorias, pero luego… ¡pum! Acaba ocurriendo algo que lo echará todo a perder.
-No a todos.-se le escapó a su esposa. Pero esto no pareció molestar a su marido, que meneó la cabeza de un lado para otro.
-Cierto. No para todos. Pero no quiero correr el riesgo. El tiempo que pasé yo mismo en ese internado acabó convirtiéndose en un infierno.-Henry suspiró y trató de apartar de su mente los recuerdos del internado, al que le habían mandado cuando era pequeño, gracias a las promesas de prosperidad que se sacaban de allí. No le gustaba recordar su estancia pues…no había acabado demasiado bien.
-Bueno, pues lo único que puedes hacer ahora es reunir fuerzas para la siguiente llamada. El señor Di Vaarsen tendrá que dejarse convencer algún día.
-Ojalá. Pero ese hombre es muy testarudo, te juro que es la persona más cabezota que he conocido y que conoceré en toda mi vida, porque dudo mucho que haya nadie que sea siquiera tan cabezota como él, es imposible ser aún más testarudo de lo que es él, ¡eso sería ya el colmo de la testarudez! ¿Por qué se le habrá metido entre ceja y ceja que la niña tiene que ir? ¡Maldita matrícula!
-Es una pena que solamente pueda cancelarla la persona que la hizo.
 Tanto Henry como su esposa se miraron sombríos. Efectivamente, para cancelar la matrícula de aquel internado tendrían que recurrir a la persona que habló con el director para inscribir a la niña en un curso allí. Pero eso era ya imposible para ellos… esa persona no iba a aparecer ya, nunca jamás. No podría hablar con el señor Salomón Di Vaarsen.
 El hombre, que era el director de un prestigioso pero raro internado, había escuchado y comprendido la situación de la niña, pero le había dicho claramente a Henry que la niña tendría que cumplir con el contrato, que las matrículas no se podían cancelar así como así, que eso iba contra las normas. Y él no rompía sus normas jamás de los jamases. Iba en contra de su naturaleza.
   Pero claro, su situación era especial, por lo que Henry había conseguido que Salomón accediese a un trato. Katherine iría durante un trimestre, y después, cuando entrase el nuevo año, quizás se pudiese hacer algo.
  Henry había terminado por acceder a este trato a regañadientes, porque sabía de sobras que era lo único que conseguiría, a pesar de que tenía la intención de seguir insistiendo un poco más.
 Pero ya sabía de sobras que no funcionaría nada.
A ver cómo se lo decimos ahora…-susurró.-No me gusta el hecho de tener que mandarla sola a un sitio nuevo, sin nuestra ayuda.
Nuestra sobrina es fuerte, ya ves que no estuvo muy nerviosa cuando la trajiste de vuelta.
Cierto, pero no sabemos cómo reaccionará ahora.-dijo Henry, pero pensando que quizás su esposa tuviese razón. Katherine ya conocía algo más del mundo, aunque no era lo mismo reunirse con la familia que con un montón de desconocidos, tanto niños como mayores, en un enorme internado, incluso más que el de Bonnie y el de sus propios hijos.
¿Cuándo piensas decírselo?
Cuanto antes, no vale la pena esperar. Cuando lleguemos a casa de mi hermano se lo diré.
Entonces mañana lo sabrá.
Exacto.
 Henry y su esposa se miraron y sonrieron. El asunto de Katherine era algo que tendría que resolverse cuanto antes, pero, a pesar de lo preocupados que estaban por ella, les aliviaba saber que la curiosidad la hacía fuerte, que la protegía.
 Al menos por ahora.
 A la mañana siguiente, poco antes de que llegasen los tíos a casa, los chicos se pusieron a charlar acerca de las escuelas.
-¿Por qué no podemos estar en el colegio del pueblo?-preguntó Katherine por enésima vez.-Desde allí volveríamos a casa todos los días. Un internado nos aleja demasiado de casa.
-¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Nos envían a internados porque allí la educación es de calidad. Nos preparan mejor.-William pareció por un momento tan responsable como Peter.
-Pero no os veré a vosotros dos. Y estamos muy bien aquí.-esa era la principal objeción de Katherine.
-No creo que te guste mucho estar aquí en invierno.-dijo Bonnie.-En invierno nieva mucho y a veces la nieve se amontona demasiado por alrededor, dejándonos a veces encerrados. Y no se puede navegar porque hace demasiado frío, ¡y ya no digamos bañarse! ¿Es que acaso te gustaría estar encerrada todo el día en casa, sin poder salir para nada?
 Katherine negó con la cabeza.
-Además, por lo menos estarás con nosotras y podrás hacer amigas. Las chicas son muy simpáticas, estoy segura de que les caerás de maravilla.-dijo Bianca, cogiéndole de la mano.
-¿Y por qué no hay chicos en el nuestro? ¿Y por qué no hay chicas en el vuestro?-preguntó Katherine pasando rápidamente las miradas de Bonnie y Bianca a Peter y William.
  Peter tuvo que darse la vuelta para que no le vieran la cara. Katherine entrecerró los ojos y frunció el ceño, habría jurado que su primo se estaba poniendo colorado por alguna razón desconocida, pero no le gustaba nada que aquello le recordase a lo que hacía su tío cuando no quería responder a las únicas preguntas que ella quería que le respondiesen.
 Pero Bianca se encogió de hombros y dijo:
-Porque los chicos son unos pesados. Por eso.
 Y se echó a reír.
 Bonnie le dio un codazo y William fingió molestarse. En esas llegó la madre de Katherine y de Bonnie, que dijo:
-Ha llegado ya vuestro tío. Ah, por cierto, el primo Charles vendrá pronto, no sé si hoy o mañana.
 El primo Charles era el hijo de la hermana mayor del padre de Katherine y de Henry. Tenía diecinueve años y estaba haciendo una brillante carrera en medicina, por eso no había venido antes. Había estado bastante ocupado.
-¡Bien!-Katherine fue la primera en bajar las escaleras para ir a ver a su tío. No conocía aún a Charles, por lo tanto no le echaba de menos y no le importaba si venía o no, aunque tenía curiosidad por conocerle.
  Y allí abajo estaban Henry y su esposa, felices de estar allí ya.  Katherine dio un gritito de alegría y les abrazó. Luego hicieron lo mismo los demás.
 Finalizadas las presentaciones, Henry dijo:
-Katherine, ven conmigo. Tenemos que hablar de algo muy importante.
 La niña le siguió hasta el despacho de su padre, como la última vez, tratando de descifrar lo que se escondía tras la expresión preocupada de su tío. Probablemente no traía noticias buenas.
 Pero decidió no preguntarle. Seguramente se las contaría él. Y así fue. Henry carraspeó antes de decir:
-No traigo muy buenas noticias.
-¿Qué es lo que ha pasado?
-No vas a poder ir con tu prima y tu hermana al internado. Tú tendrás que ir a otro… por lo menos en lo que queda de año.
 Katherine pareció sorprendida.
-¿Pero por qué? ¿Adónde me vais a mandar?-en el fondo le inquietaba un poco saber el por qué.
-Porque…bueno…-Henry se rascó la cabeza tratando de encontrar la forma más adecuada de decírselo a una niña de diez años. Finalmente dijo-hay un error en tus papeles que no podrá ser resuelto hasta el año que viene. Aún no he logrado resolver este problema, pero mientras tanto tendrás que ir al High Swarthat. Por lo menos durante un trimestre.
-¡Pero quiero ir con Bonnie y con Bianca! ¿Por qué tengo que ir yo sola a otro?-preguntó Katherine, a pesar de que había entendido perfectamente lo que le había dicho su tío.
-Lo sé, a mí tampoco me hace demasiada gracia, pequeña, pero parece que no va a quedar más remedio. De todos modos tampoco es seguro, pero el señor Di Vaarsen es muy cabezota.
-¿El señor Di Varseen?-Katherine ladeó la cabeza hacia un lado, sorprendida. Le habían hablado de él la noche en la que ella y sus primos fueron de celebración… pero tampoco sabía demasiado de él.
-Es un hombre muy cabezota. Demasiado.-al recordarlo apareció por su rostro una expresión crispada que a Katherine le hizo bastante gracia, por lo menos la suficiente como para que soltase una risita.
-Bueno… si solamente es por un trimestre no creo que sea tan malo-dijo Katherine encogiéndose de hombros, sin pensar en si haría amigos o no en aquel internado del que nada sabía. -¿Tiene algo de especial ese internado?
-Tiene un peculiar sistema de enseñanza. Abogan por la rapidez, tendré que hablarte durante los próximos días de lo que hacen y de lo que no, para que vayas preparada.
 Estuvieron hablando durante un rato de aquel internado, pero cuando Katherine salió del despacho de su padre tuvo la impresión de que poco o nada sabía de aquel internado…parecía distinto de los que le habían hablado sus primos y su hermana.
 Era para ella un sitio totalmente desconocido, por lo que estaba segura de que se sentiría igual que cuando se despertó en el tren. Completamente desorientada, pero con la misma curiosidad insaciable.
 Bueno, eso ya era algo.
 De todos modos le picaba la curiosidad por conocer al señor Di Varseen. Sería interesante ver si de verdad era tan solemne y tan prestigioso como le habían contado. Por lo menos ella lo sabría.
 Y eso fue justamente lo que le dijeron cuando les contó que la mandarían durante tres meses a otro sitio. Aquello sirvió también para consolar un poco a Bonnie y a Bianca, que parecieron sentirse decepcionadas por el hecho de que no fuese con ellas.
  Pero, tal como le había asegurado su tío, no había nada seguro. Pensaba seguir insistiendo, pues no le hacía ninguna gracia que su sobrina tuviese que ir a semejante sitio.
 Es más, nada más anunciarles la noticia a sus primos y a su hermana Katherine escuchó cómo hablaba su tío por teléfono con el director. Lo supo porque dijo su nombre… así que no pudo evitar agazaparse en la escalera para escuchar, bien escondida.
-Eso no es cierto, señor Di Vaarsen, solamente le digo qué…-Henry tuvo que apartar un momento el teléfono para que las réplicas airadas de su interlocutor no le perforasen los oídos. Katherine pudo oír una voz potente, y que probablemente sería grave, por lo que aquel hombre sería viejo pero imponente, incluso más que su propio padre, que ya parecía de por sí imponente.
 Pero Henry volvió a colocarse el teléfono en la oreja y exclamó:
-¡No me venga con ésas de que un contrato es sagrado! Le he repetido mil veces que no puede obligar a los críos a ir cuando la persona responsable… ¿CÓMO? ¿Me acaba de llamar irresponsable? ¿Cómo se atreve? ¡Voy a recurrir a la policía si es necesario!, ¿me entiende, eh? ¡No me venga con ésas de lo que yo hice y tal. Ella no es yo. No la compare con…
 Entonces Katherine pudo oír claramente a través del teléfono un:
“Exacto. Ella no es cómo tú”.
-¿Qué la policía no me hará caso? ¡Pero por favor!-Katherine se atrevió a asomarse un poco más para ver la reacción de su tío, y entonces pudo ver cómo su rostro cambiaba del rojo al azul, y del azul al verde. Era bastante divertido verlo así, sobre todo porque daba la sensación de que ya se había puesto así antes. Pero eso no era ni por asomo lo más divertido de todo.
 Porque la voz que se podía oír a través del teléfono replicaba con frases ingeniosas, y algunas de ellas podían oírse claramente. Parecía que la persona que estaba al otro lado del teléfono se divertía una barbaridad.
-No, ya le he dicho mil veces que exijo qué… ¡no me interrumpa! ¡Decían de usted que era una persona educada! Decía que exijo que revaliden el contrato. Tiene que entender qué…
 Katherine pudo oír otra cosa a través del teléfono.
“No seas pesado, Henry. No voy a ceder ya, tendrás que esperar al año que viene. Y no hay más que hablar. Que pase un buen día”
 Estas últimas palabras sonaron tajantes, y tras haber sido dichas la comunicación se cortó así, de golpe.
 Henry colgó en teléfono y se cruzó de brazos cual niño enfurruñado. Se puso a mascullar cosas por lo bajinis, malhumorado. Su esposa trataba de consolarlo, pero él no se dejaba animar. Ya era imposible.
  Katherine se inclinó un poco más. Pero entonces sintió una mano en su hombro y dio un respingo que le hizo caer por las escaleras rodando. No se hizo daño, pero cayó hecha un ovillito, lo cual fue bastante divertido incluso para ella.
 Cuando levantó la cabeza, vio que había caído porque uno de sus primos la había tocado accidentalmente. Todos querían escuchar, y se habían agazapado junto a ella sin que la niña se diese cuenta, tan ávidos de información como ella. La curiosidad les pudo también, incluso a Peter y a Bianca, que eran los que más se dejaban llevar por los códigos de honor.
-¡Katherine! ¿Estás bien?-su tío había corrido hacia ella y le había tendido la mano, cambiando su graciosa expresión enfurruñada por una de preocupación.
 La niña asintió sin decir nada, mirando a su tío y luego hacia la zona de las escaleras dónde se hallaban los demás agazapados, a la espera y sin darse cuenta de que tenían que haber salido corriendo para que no les pillasen.
 Pero, efectivamente, les pillaron.
 Henry miró hacia arriba y les vio. Pero no les riñó. Se quedó mirándoles durante un buen rato y luego se echó a reír alegremente. Su enfado parecía haberse desvanecido como por arte de magia. Katherine pensó que o su tío era un excelente actor o quizás aquello fuese simplemente como una rabieta infantil. Discutía y discutía pero luego seguía sus andanzas tan campante.
-¡Bajad aquí, panda de cotillas!
 Los niños, avergonzados, obedecieron.
-Me habría enfadado de haberse hecho daño Katherine, pero habéis tenido suerte. Espero que esto no se repita. ¡Vamos, id a jugar por ahí antes de que cambie de idea!-dijo divertido, echándoles hacia otra sala.
 Al cabo de un rato, cuando no había ningún adulto cerca, Katherine les preguntó.
-¿Por qué se enfada tanto el tío cuando habla con ese hombre? Parece que no le hace ninguna gracia que yo vaya a ese internado. Ninguna ninguna pero… ¡ninguna! Me da la sensación de que lo ve como si fuese el… ¿infierno?
 Peter se encogió de hombros, pero tenía respuesta para la pregunta de Katherine. Una respuesta no muy concreta, pero que le serviría para saciar su curiosidad. De todos modos él tampoco sabía demasiado acerca de aquel asunto.
-Papá fue a ese internado cuando tenía mi edad, por un curso entero. Al parecer le pasó algo malo allí, muy malo, según mamá, tanto que papá no quiere hablar de ello. Hemos intentado sacárselo, ¡pero no hay manera! Así que no vale la pena intentarlo.
-¡No me dais muy buenas perspectivas entonces! ¿Debería asustarme?-preguntó Katherine, levantando una ceja.
-¡Bueno, se supone que sí! “Deberías estar asustada”-dijo William mirándola de reojo. La niña le dio un cachete antes de que Bonnie dijese.
-Es bueno que no estés asustada. No creo que corras la suerte del tío, fuera la que fuese. Pero jamás nos ha querido contar nada… aunque, ¿sabes? Siempre he sabido que algo le ocurrió…  algo malo.
-¿Y tú qué sabes? Pueden pasar muchas cosas en los dos meses en los que voy a estar allí.
-Bueno, da igual lo que pase, de todos modos estarás de vuelta con nosotros en vacaciones, y si hay suerte, con Bonnie y con Bianca para el resto del curso, así que no creo que debas preocuparte.-dijo Peter, aunque parecía algo preocupado. Pero no precisamente por Katherine. El muchacho en realidad sentía algo de envidia… le hubiese gustado mucho ir a aquella escuela también, aunque fuese por un tiempo.
-Efectivamente.-dijo Katherine, mirando a Peter y a William con expresión solemne. Todos se echaron a reír entonces incluida ella.
-¿Nos vamos al pueblo a jugar?-sugirió Bianca alegremente, deseosa de marcharse de allí por un rato. Ya llevaban demasiado tiempo metidos en casa, y eso no era bueno para ninguno de ellos. Un par de horitas era ya demasiado.
 Todos asintieron, y sin avisar siquiera se marcharon para pasar el resto del día en el pueblo. Katherine no estaba asustada ante lo que se le venía encima, pero sabía que sentiría añoranza. De todos modos la curiosidad la “consolaría”
 Lo que no sabía era por cuanto tiempo.
 Henry recuperó su expresión enfurruñada en cuanto oyó marcharse a los niños. Miró a su esposa y suspiró.
-Ya no hay nada que hacer… ¡nada, nada! Está hecho. Cuando Salomón da su palabra de esa forma, ya no hay quién le haga volver atrás. Pero estaré atento a la más mínima… espero que lo sepa…-dijo con tono amenazador, como si él estuviese allí.
 Su esposa se echó a reír y le abrazó.
-¡Espero que sea adivino, querido!-le dio un rápido beso y sonrió.
 Él la miró y sonrió también. Jamás había que rendirse.
 Entonces entró la señora Delaga, poniendo los brazos en jarras y rodando los ojos.
-¡Que os he visto!
-¡Me da igual!-respondió alegremente la esposa de Henry. La señora Delaga puso los ojos en blanco, divertida.-
-No sé de qué me sorprende. Yo también he escuchado la conversación por teléfono. ¡Os ha oído hasta Mary!
-¿Y qué opinas tú de este asunto?-Henry miró a su cuñada con curiosidad. La señora Delaga se encogió de hombros.
-No creo que deba preocuparme. El internado ése es un lugar prestigioso, por lo que no creo que le hagan daño un par de meses. Mi marido está de acuerdo con esto, aunque él ya sabía que Katherine tendría que ir allí.
-Claro que lo sabía… mi hermano le conoce tan bien como yo.-Henry sabía que su hermano se había salvado de ir a aquella escuela gracias a que ya iba a la universidad. Si no habría sabido lo que es bueno, desde luego.
-No, no le conoce. Nadie conoce a nadie en realidad. Bueno, Alison, ¿vienes a ayudarnos a Mary y a mí?
-Por supuesto.-Alison le dio un abrazo a su marido y fue a ayudar a su cuñada. Cuando se marchó, Henry se levantó y se dispuso a hacer otra llamada.
 Pero ésta vez no llamaba al señor Di Varseen…
   El primo Charles no lo tenía muy fácil. Había tenido demasiado trabajo durante aquellos días, lo suficiente como para que se sintiese algo quemado, incluso para tratarse de él. Y eso que a él le gustaba el trabajo.
  Le consolaba saber que su esfuerzo se estaba viendo recompensado, era el que mejores notas sacaba de toda la universidad, por lo que su futuro sería brillante. Sería el mejor de todos.
  Aun así él era joven y tampoco era de piedra, por lo que de vez en cuando necesitaba un buen descanso. Las vacaciones serían un período ideal para reponer fuerzas.  Aprovecharía el tiempo libre que se había ganado para divertirse un poco. Pero primero tenía que hacer una pequeña visita familiar. Para conocer a la pequeña Katherine.
 No sabía mucho del asunto, pero se alegraba de que al fin hubiesen logrado recuperar a la niña. En eso pensaba mientras se bajaba del tren para coger otro que le llevaría a la ciudad donde vivían sus tíos, dónde al fin conocería a su primita. Esperaba que no fuese como Bonnie, un quirquincho que no prometía nada. Charles pensaba que si Bonnie no cambiaba no tendría un futuro muy bueno. No encontraría un buen marido, desde luego. Él jamás se casaría con una mujer así.
 Era un muchacho muy guapo, con una belleza muy varonil y prometedora. Su rostro era bastante parecido al de los hombres de las estatuas griegas, pero con más severidad en la mirada. Tenía el pelo de un rubio clarísimo, y bastante largo, le llegaba a la mitad de la espalda exactamente, por lo que lo llevaba aquel día oculto tras su gabardina negra. Sus ojos grises brillaban críticos, a menudo aburridos, y su andar era casi siempre elegante.
 Lo cual provocaba que muchos se girasen para mirarle al verle pasar. Sobre todo las chicas. Las suficientes para que él pudiese divertirse un poco cuando le hiciese falta, lo cual ocurriría muy pronto. Llevaba demasiado tiempo de sequía.
  Pero aquel día ocurría algo extraño. Había demasiada gente por la calle, parecían más exaltados de la cuenta, como si estuviesen comentando un chisme la mar de excitante. La verdad es que Charles estaba intrigado.
 Ya había visto eso antes, como un leve murmullo, un rumor que se había ido extendiendo por todas partes a medida que pasaban los días. Pero él no había podido enterarse de lo que pasaba.
 Tal vez debiera preguntar algo.
 Pero por ahora no podía…tenía demasiada prisa. En cuanto viese a la pequeña indagaría y luego iría a divertirse por ahí. Aunque claro, también podría quedarse unos cuantos días en el pueblo. No lo pasaba mal uno allí.
 Eso si lograba coger el tren…había demasiada gente apiñada. Si lograba entrar, probablemente se quedaría de pie, apretujado entre la gente.
 Tuvo que esperar un buen rato para poder entrar. Pero al fin lo logró. Consiguió comprar un billete y encontrar encima un buen asiento, a pesar de que sentía por todas partes el calor humano. Se asfixiaba un poco, pero aun así sabía que había tenido mucha suerte. No podía pedir más. Suspiró y se dispuso a perderse en sus pensamientos, preparándose para un largo y aburrido viaje.
 Vaya, pues no… parece que la suerte le había favorecido un poco más. Oyó los retazos de la conversación entre una chica joven y de un anciano. Aguzó el oído un poco más para enterarse mejor.
-… y así fue como dicen que pasó. Pero yo no me creo nada, ¿usted sabe lo que pasó?-quizás aquel anciano fuese el abuelo de la chica. Aunque visto desde allí no se podía ver bien, sobre todo porque la chica parecía ser eslava. Tenía un aspecto eslavo y era muy blanca, incluso más que él, que ya era bastante pálido de por sí. Él mismo era la persona más pálida que había conocido en toda su vida.
-Lo siento mucho mi querida Luna pero yo tampoco sé demasiado acerca del asunto. Sólo sé que no me gusta nada. Tengo un mal presentimiento, por eso he venido contigo, pequeña.
 La voz del anciano sonaba sabia, y la de la chica era pura música. Parecía interesante. Charles agudizó el oído.
-¿Nada de nada?
-Bueno, algo sé. Lo único que te puedo decir es que los chicos de Di Varseen han vuelto a ganar. Y la victoria parece definitiva…-la voz del anciano sonó triste…casi más que la de la chica.
-¿Pero qué han hecho esta vez?
-Nadie lo sabe, Luna. Nadie lo sabe… y creo que yo no quiero saberlo. Por eso voy ahora a ver al Consejo.
-¿Al Consejo? ¿A qué consejo?
-A preguntarles qué debo hacer.
¿Usted tiene consejo acaso?-la chica parecía extrañada, pero Charles no pudo evitar deleitarse con su voz. Era… ¿cómo decirlo? Parecía deliciosa, una de las voces más dulces que había oído en toda su vida.
-Sí. Mi propia conciencia.-Oh, que frase más bonita y más sabia… Charles sintió unas ganas tremendas de darle un cachete al anciano. Pero se contuvo. ¡Sería de muy mala educación hacer semejante cosa!
 Charles escuchó algunos retazos más de la conversación, pero luego se aburrió. No les había sacado nada más en claro, por lo que no tenía sentido alguno seguir escuchando. Dormitaría y se dejaría llevar otra vez por sus pensamientos, sin perderse del todo para no pasarse de parada. De todos modos el viaje seguiría siendo pesado y aburrido, tal como todos los viajes en tren, ¿es que acaso no había nada que pudiese ir siquiera un poquito más rápido?
 Pero al menos había saco algo más de información. Sabía al menos lo que sabía la gente. Y eso ya era algo. Con eso ya se conformaría.
 En fin, algo era mejor que nada. Pero aun así no tuvo más remedio que quedarse con el gusanillo de la duda…
 Eso sí, poco antes de llegar a su destino no pudo evitar hacer un pequeño gesto. Escribió su número de teléfono y una dirección en un papelito y se la puso a la chica en el hombro. La chica dio un pequeño respingo al darse cuenta, cogió el papelito, lo leyó, y se giró para mirar a Charles, que le sonrió de forma encantadora, sin decir nada, y esperando la respuesta de la chica.
 La joven sonrió y asintió con la cabeza, aceptando la invitación,  y luego se giró para seguir hablando con el anciano. Charles sonrió. Ahora sí que podía considerar que su día había sido redondo.
 Después de aquel día el verano comenzó a avanzar sorprendentemente rápido. La llegada del primo Charles provocó un gran alboroto, no más que el de la llegada de Katherine, por descontado, pero sí que fue bastante sonado, ya que hacía tiempo que no le veían… llevaba demasiado tiempo por ahí, ocupado. Katherine se sintió muy impresionada cuando le vio por primera vez.
 Le pareció que era la persona más pálida que había visto en toda su corta vida, además, le pareció algo inquietante, elegante pero… extraño. Quizás eso se debiese a que no le conocía aún demasiado bien, por lo menos eso fue lo que pensó ella.
 Pero no era capaz de decir si le caía bien de verdad o no. Más que a los demás desde luego que no. Aun así, le cayese bien o no, la niña tenía que reconocer que su primo era fascinante. Tenía que asegurarse de conocerlo mejor.
 En cuanto a Charles, él también se sintió algo sorprendido al conocer a la pequeña Katherine. No era ni mucho menos como él se esperaba, aquella mocosa no parecía nerviosa ni nada por el estilo. Simplemente curiosa, lo cual ya la hacía bastante extraña, por lo menos si la comparábamos con Bianca o con cualquier otra niña de su edad en su situación. (Que tampoco eran “muchas” precisamente.)
 Sin embargo, le cayó bien al rato, era una niña educada y ávida de aprender, lo cual ya hacía bueno su rasgo de curiosidad latente. Daban ganas de ser cariñoso con ella, pero no como al estilo de Bianca. Y además tenía toda la pinta de no ser un futuro quirquincho como Bonnie. Sería sin duda mucho más elegante que ella, incluso si algún día llegaba a dejar Bonnie su estúpida manía de querer ser lo que él llamaba un “quirquincho”.
  En resumen, que había valido la pena el viaje.
  Se quedó durante bastante tiempo, un par de meses a lo sumo, y se marchó dos semanas antes de que se acabara el verano.
  Pero el tiempo que se quedó fue bastante divertido.
 Katherine y los demás sintieron como el tiempo les pasaba a toda prisa desde aquel día. Antes, parecía que los días se deslizaban suavemente, como si no se fuesen a acabar nunca, pero ahora daba la sensación de que iban como el viento, rápidos y certeros, dándoles un pequeño aviso que decía que el tiempo se acabaría de un momento a otro, antes de lo que esperaban.
 Por eso se esforzaron al máximo por apurar cada uno de esos momentos, incluso Katherine, que no tenía la menor idea de lo que les esperaba al final de aquel verano interminable.
   Eso sí, ya tenía ella muy claro que sería algo bastante interesante.
  Pasaron muchísimas cosas aquel verano. No le preguntaron nada a ningún adulto acerca de los extraños rumores, pero se unieron a las celebraciones durante varios días más hasta que un día, de repente, desaparecieron los niños, sin dar ningunas otras señales de vidas y sin despedirse siquiera. Todos se sintieron bastante apenados por ello. Sobre todo por las frambuesas.
 Fue William el que dijo esto, y fue William el que recibió un cachete por ello, pero Katherine casi que estaba de acuerdo. En el fondo se alegraba mucho de que hubiesen finalizado aquellas celebraciones en la playa y en el pueblo, a pesar de que se oían esos rumores todavía. Pero no era precisamente un secreto a voces… era algo que se decía bajito, como un secreto que no se podía sacar a la luz, sobre todo porque no todos oyeron ese rumor…
 Y la niña tenía la sensación de que era también la intriga lo que mantenía el interés.
 Un interés que podía estallar en algo más o simplemente desaparecer tal como había aparecido, repentinamente y por sorpresa, sin que nadie se diese cuenta de dónde demonios había salido, o por dónde se había ido.
 Katherine dejó de pensar en eso en cuanto se dio cuenta de aquella conclusión… ya se encargaría ella de comprobar algún día si esos rumores habían desaparecido o no, eso si lo recordaba. Y a decir verdad, la niña no sentía en aquel momento el más mínimo interés en saberlo. Era lo único que no le interesaba de todo lo que había tenido que ver hasta entonces.
 Y así seguiría siendo.
  Los días iban pasando cada vez más rápido, pero ella ya se moría de ganas de ver que era lo que le esperaba. Estaba segura de que sería algo la mar de interesante…


   La noche era clara, sin estrellas y sin nube alguna en el cielo, pero con una bellísima luna creciente que alumbraba el lago como una dama caprichosa que se está mirando al espejo. Y el animal que rondaba por allí andaba algo más silencioso que de costumbre, como si estuviese esperando algo importante… o más bien a alguien en concreto. Y ese alguien en concreto apareció.
 Un anciano vestido con una túnica oscura y aspecto soberbio se acercó al lago a paso elegante, con las manos en la espalda y una mirada triste en su rostro sabio y poblado de arrugas. El animalillo se acercó a él alegremente, frotando su cabecita contra sus rodillas, pero el hombre meneó la cabeza y le hizo una seña al animal, que se marchó por dónde había venido. Sin huir como lo haría de cualquier humano, simplemente yéndose.
 El anciano suspiró y volvió a mirar el agua en calma, reflejándose y pensando. O más bien reflexionando. A su edad era bueno dejar que sus pensamientos fluyesen libremente por su cabeza, hasta desembocar en sus recuerdos o en todo lo que ya sabía, ya fuese bueno o no, ya fuesen felices o no esos malditos recuerdos que tanto añoraba. Como todos los viejos.
 Pero no estaba añorando nada aquella noche. No le iba a quedar mucho tiempo para añorar nada, al menos no si accedía a hacer lo que le habían pedido en la última carta que había recibido…
 El anciano volvió a sacarse la carta y la leyó rápidamente. El muchacho que le enviaba la carta era demasiado inocente para la edad que tenía.  Y eso podía decirse solamente por un único motivo.
  ¿Esperaba de veras que le ayudase en su loca empresa? ¡Era una locura enorme! Y más si teníamos en cuenta lo que había pasado hacía poco. En su opinión, era como intentar ganar una guerra que ya se había perdido. Pero a veces le daba la sensación de que él no lo sabía, ni él ni la chica, su dulce hermanita pequeña, que compartía sus locas ilusiones y su atrevimiento salvaje.
 El anciano no sabía qué hacer. Lo más sensato sería sin duda sería enviarle una carta en respuesta en la que le advirtiese al muchacho de los peligros que correría si cometía la osadía de intentar su pequeño plan. O simplemente obligarle a capitular. Era sin duda lo mejor para él, para evitar que se metiese en problemas, y arrastrase de paso a su hermana pequeña.
 Pero por otro lado… hacía tiempo que no había visto tanta esperanza en una persona, tanta fuerza, tantos deseos desesperados por luchar por algo que ansiaba… la vida que había en él era como una llama que se avivaba cada día más y más, y lo mismo podía decirse de la chica, aunque su vela era más dulce, igual de apasionada pero más sensata, o simplemente inocente.
 Por favor… ¿qué haría? Volvió a leer la carta rápidamente y la arrugó en sus manos de nuevo, pensando y sintiendo la tentación de meter los pies en el agua, aunque fuese solamente por sentir la frescura de algo que no fuese la brisa de la noche.
  A lo lejos oyó unas voces, y tuvo que girarse para averiguar su origen. Cuando lo supo no tuvo más remedio que suspirar. Otra vez… otra vez andaban con esas malditas celebraciones.
  El animalillo se asomó de entre los árboles, mirándole, pero el anciano le hizo otro gesto y volvió a desaparecer. El hombre sintió entonces ganas de echarse a reír como un crío, con esa risa de conejo que le entraba cuando le gastaba una broma a alguien.
  Bien, pues… ¿por qué no intentarlo? No estaría mal intentar avivar esa llama, comprobar si tenía la fuerza necesaria. Le mandaría una carta en respuesta al chico en la que le diría que aceptaba su oferta, que le entrenaría y le daría la información necesaria. Comprobaría si de veras era capaz. Y si no, ya se encargaría él de hacerle desistir. Si él desistía, su hermana acabaría cayendo tras él. No les conocía demasiado, pero sabía que eso sucedería de cajón.
 Así que, sonriendo, regresó a su cabaña de druida y se puso a escribir rápidamente la carta de respuesta. No quería darle demasiadas esperanzas al chico, sabía que las cosas no podían salir bien… pero en el fondo no quería desairarle tan pronto. Era el único que tenía esas esperanzas, no deseaba que ni él ni su hermana cayesen en la misma desesperanza que los demás.
 El anciano no lograba entender sus emociones, pero ya daba igual, ya se había lanzado a enviar la carta y no iba a echarse atrás ya, era demasiado tarde.
 La carta estaba en camino, les había dado al chico y a su hermana su palabra de que les ayudaría. Por lo menos en todo lo que pudiese.
 Así que no tendría más remedio que regresar al High Swarthat, para estar cerca de esos dos y ayudarles así mejor con su pequeño plan. Genial, hacía ya años que no se pasaba por allí, en cierto modo sería como rememorar viejos tiempos. Su pequeño despacho, su habitación especial, el pequeño jardín… había muchas cosas que detestaba de ese internado, pero tenía que admitir que echaba de menos esos sitios.
 ¿Y por qué no? Al viejo lobo del director, a él y a sus hijos.
  De todos modos no podían saber que él estaba allí. Nadie sabría que estaba allí. Pero si quería llegar a tiempo tenía que marcharse ya, no podía esperar ni un segundo más allí parado frente al lago.
 Además… no soportaba más la música de las celebraciones.
 Así que, sonriendo, puso los ojos en blanco y se dispuso a preparar su maleta para regresar al internado. Partiría pronto y, con un poco de suerte, llegaría a los tres o cuatro días, dos semanas antes de que los chicos regresasen para su último curso. Tal vez avisase a Luna o a algún viejo amigo, pero a nadie más. Nadie sabría que habría vuelto allí, al High Swarthat.
 Eso era lo bueno que tenía el internado ; estaba tan plagado de lugares secretos que a veces te daba la sensación de que aparecía uno nuevo cada día, siempre había algo que no habías descubierto, y aquel laberinto era un lugar perfecto para esconderse dónde nadie te podría encontrar, y encima en un lugar de lo más lujoso y agradable. ¡No se podía quejar, desde luego!
 Eso sí, sabía que el viaje que les esperaba a todos sería largo, si lograban poner en práctica aquel plan de locos se iniciaría una auténtica batalla que podía acabar de muchísimas formas, y cuya balanza no acertaba a terminar por un lado o por el otro. Teniendo en cuenta lo que había pasado aquel verano, el anciano sentía como si la balanza se inclinase hacia el lado no deseado. Pero en aquel "juego" apenas se podía saber lo que era bueno o lo que no.

 O más concretamente para quién.
 Sin dedicarle un segundo más a sus pensamientos, se alejó del lago y llamó al animalillo.  Éste se acercó a él y se posó en su hombro, feliz de que no le alejase de nuevo.
 Y entonces se marcharon.

CAPÍTULO 2

  Katherine se acostumbró muy pronto a la vida de aquel lugar, lo cual tampoco le costó demasiado, pues no representaba precisamente un cambio brusco en su vida. No había nada que echase de menos porque prácticamente no recordaba nada, así que no había tenido antes ningún otro estilo de vida. La niña fue muy feliz allí cuando finalmente logró acostumbrarse.
 Era verano, por lo que ella y sus primos se pasaban casi todo el día fuera de casa, entrando solamente para dormir, comer y echar de vez en cuando alguna que otra siestecita en el jardín, y eso cuando estaban todos empachados de comida, lo cual no ocurría muy a menudo, pues los niños tenían un excelente apetito y a veces parecían un pozo sin fondo.
 Katherine descubrió además que aquel lugar tenía muchos lugares interesantes. Más allá del pueblo y de las casas alejadas en las que vivían había una zona entera de vegetación en la que podías perderte durante horas. Tanto en el pequeño bosque como en el alcantilado que había por allí cerca. Los niños le enseñaron a trepar por allí y a deslizarse por las ramas, al igual que le enseñaron las innumerables cuevas que había, en las que podías meterte y jugar a cualquier cosa, a pesar de que en la mayoría de esas cuevas la oscuridad era casi absoluta.
 Se suponía que los adultos les habían prohibido escalar aquellos alcantilados, y ya no digamos llegar a la cima, pero hasta Peter estaba de acuerdo en trasgredir esa norma. No había nada malo que pudiese pasar cuando él se subía hasta cierto punto y ataba una cuerda para los demás. Cuando llegaban a ese punto el chico repetía el proceso y así sucesivamente. A Peter aquel le parecía un método tan seguro que incluso permitió que Katherine lo hiciera, cosa que a la niña le encantaba.
 Sobre todo porque podía deslizarse por el aire cuando tenía la cuerda por la cintura, y así hacía ver como que estaba volando, aunque a veces se deslizaba de forma demasiado peligrosa.
 ¡Pero es que las vistas eran tan magníficas desde allí! El mar era inmenso, y parecía no acabarse jamás… además, ¡era tan bello! A Katherine la belleza de aquello no se le escapaba, a veces hasta sentía deseos de hacer poesía.
  Y se quedaba embobada así, admirando aquellas vistas, hasta que Peter rodaba los ojos y tiraba de su cuerda para que la niña saliese de su distracción y subiera de una buena vez.
-¡A este paso acabarás como poeta, niña!-le decían. Siempre había alguno que acababa diciéndole eso.
   En la cima había muchas cosas interesantes. No se adentraron demasiado por aquellos días, nunca lo habían hecho, pero lo que veían resultaba bastante interesante. Allí había muchas rocas y algunos animalitos extraños cuyo nombre no conocía ninguno. Quizás el de algún águila o incluso algún conejo, pero nada más. Más adelante había otro bosque, más alto y más espeso que el anterior, pero por el ruido que salía de allí daba la sensación de que era un bosque muy pequeño.
 Pero ninguno de ellos se había atrevido nunca a meterse por allí, aunque Katherine aún no entendía muy bien el por qué. Los niños le decían que no era seguro, que allí sucedían cosas extrañas, pero que probablemente cogerían el valor necesario para meterse por allí algún día, solamente para poder comprobar si allí había algo interesante y peligroso de verdad.
  Aquel día Katherine decidió tomar como nota mental el propósito de convencer a sus primos y a su hermana de que se adentrasen pronto allí. Aunque quizás lo hiciese ella misma algún día.
 No conocía el miedo, y tampoco lo peligroso. En aquellos primeros días no tenía ni idea de lo que era el peligro, nadie le había hablado de ello, por lo tanto no sabía que uno podía hacerse daño…de verdad. Eso era algo de lo que no le habían hablado nunca, algo que no había tenido tiempo de conocer, ni siquiera de leer o de ver, por lo tanto estaba segura de poder hacer esa pequeña excursión algún día.
 Aunque eso sí… siempre acababan pasándose por la cabaña que había por allí cerca, la de un viejo pescador que les contaba de vez en cuando cuentos de cuando él era un chavalín. Algunos se los inventaba, otros no, pero eso era algo que se podía ver nada más escuchar las primeras palabras de su historia. Por suerte, las historias más interesantes que contaban eran las que le habían ocurrido de verdad. Eso es lo que los niños creyeron durante bastantes años.
   Aparte de meterse por aquellas zonas también probaban con otras cosas. Estuvieron en la playa gran parte del tiempo, tanto bañándose como persiguiéndose por la orilla. En el casi de Katherine así era. Nadar se le daba fatal, aprender a hacerlo le costaba muchísimo, por lo que a menudo chapoteaba cerca de la orilla, con una pelota. A no ser que su hermana o su primo menor la arrastrasen al agua para hacerle alguna que otra ahogadilla, o a obligarla a que aprendiese más rápido.
-¡Yo no soy un pez!-chillaba la niña cada vez que la obligaban, salpicando con energía a Bonnie o intentando saltar sobre su primo para hacerle a él una buena ahogadilla.
-¡A tu edad deberías saber nadar ya!-le respondía Bonnie.-Yo aprendí a nadar cuando cumplí los cinco años. Espera… creo que en realidad tenía tres-había cierto matiz de exageración en su voz -¡Aprende de mí, hermanita!
-El pez de agua eres tú, no yo. ¡Nunca aprenderé a nadar!-Katherine sabía que tarde o temprano acabaría aprendiendo… pero más tarde de lo que debería. Por lo menos si la comparábamos con Bonnie, e incluso con Bianca. Katherine estaba segura de que de mayor no se dedicaría precisamente a lo mismo que ella. Tal como decía una y otra vez, ella no era un pez de agua.
 Y es que su hermana era un as en el agua, ¡ni siquiera los chicos podían ganarla! Ninguno, ni quiera Peter.
   Le gustaba más jugar con la arena y hacer castillos de arena, porque eso se le daba bastante mejor. Tenía un toque artístico que empleaba en sus esmerados castillos de arena, que de todos modos no duraban demasiado.
      Peter, en cambio, era un gran nadador también. No nadaba tan deprisa como Bonnie, pero él podía mantenerse bastante tiempo bajo el agua, y sus brazadas eran más fuertes. Además, podía abrir los ojos bajo el agua casi sin esfuerzo lo que, según él, le era bastante de utilidad.
  Eso siempre y cuando no le picasen los ojos luego.
 A William no se le daba mal, pero no le dedicaba mucho tiempo a nadar. Empleaba la mayor parte de su tiempo en el agua para hacer ahogadillas a los demás o para bucear, o incluso flotar.
 Bianca, en cambio, era casi tan mala nadadora como Katherine. Nadaba tal como probablemente lo haría ella cuando finalmente aprendiese a nadar, aunque la niña siempre pregonaba que quería mejorar y nadar como Bonnie.
  Aun así todos se divertían mucho en la playa. Pero no se pasaban tampoco todo el tiempo allí y en los acantilados. Jugaban a veces en el pueblo, sobre todo a últimas horas de la tarde, cuando había más niños jugando.
  Katherine se sorprendía muchas veces al darse cuenta de que los niños del pueblo eran muy distintos a ellos. Iban vestidos con ropas más sencillas, chillaban mucho más y habían veces en las que no se les entendía nada de nada, sobre todo porque de vez en cuando decían alguna que otra palabrota. En esos momentos Bonnie, Peter o William siempre les tapaban las orejas a Bianca y a Katherine.
 Además, iban más sucios. Pero eso Katherine lo terminó achacando simplemente a la ajetreada vida del pueblo y a sus trabajos, pues los padres iban de un modo casi igual. Peter se lo explicó así, y Bonnie fruncía el ceño cada vez que eso ocurría.
  Pero Katherine seguía sorprendiéndose de vez en cuando, sobre todo al comparar sus propios vestidos con los de las niñas del pueblo. Sus padres las habían llevado a ella y a Bonnie a la ciudad el segundo día tras su llegada para comprar cosas nuevas para Katherine. A la niña le encantó el regreso a la ciudad, aunque se aburrió un poco en las tiendas.
    Tenía ahora bastantes vestidos, casi todos verdes, azules, rosas, amarillos o blancos, casi enteramente de esos colores, y siempre eran más bonitos que los de los niños del pueblo. Sobre todo los blancos.
        Lo mejor que tenía para Katherine del pueblo era eso, ver su actividad y… los helados.
 Cada vez que iban al pueblo acababan en la heladería, dónde se zampaban un buen helado de chocolate, fresa o vainilla. Y todos estaban deliciosos.
  En cuanto a las cosas de Katherine, el armario no era lo único que habían llenado. Le habían comprado algunos libros, casi todos cuentos infantiles agrupados en tomos y otros que le recomendaron que se leyese cuando fuese más mayor. Katherine cogía alguno de esos libros antes de dormir y leía un poco. Descubrió que por suerte sabía leer de corrido. Era como un instinto, al igual que andar en bicicleta, era algo que nunca se olvidaba.
 Aunque se sintió un poco rara la primera vez que cogió un cuento… era como si, a pesar de saber leer, estuviese acostumbrada a leer en otro idioma.
  También le compraron algunas muñecas nuevas, unos cuantos juegos, adornos, e incluso peluches. Dos peluches que la niña terminó dejando esparcidos por la habitación, apareciendo siempre en el sitio más insospechado. No le interesaban mucho el osito y la comadreja, pero eran bonitos para el cuarto, o para abrazarlos un poco cuando se aburría, lo cual no ocurría muy a menudo.
  Sus tíos se quedaron unos cuantos días más en la casa, pero luego se marcharon de allí para hacer un viaje que Henry llevaba atrasando desde hacía bastante tiempo. Fue la primera vez que Katherine sintió algo de añoranza, viendo marcharse el coche en el que iba su tío. Era la primera persona a la que había conocido. Pero por lo menos se quedaban sus primos. Muy pronto descubriría que ellos tampoco veían muy a menudo a sus padres… al igual que Bonnie ni ella, tal como sabría al final de aquel verano que aún parecía tan largo e interminable.
    Fue conociendo bastante rápido a sus padres, en solamente cinco días. Katherine no tardó mucho en saber que su madre era una mujer amable y bondadosa que siempre procuraba que los niños se sintiesen lo mejor posible y que solía ayudar a los demás, y que su padre, a pesar de ser un hombre cariñoso con Bonnie y con ella, aparte de tener buen corazón, era un hombre malhumorado que se pasaba casi todo el día trabajando en su despacho, y que se enfadaba cuando alguno de los niños hacía demasiado ruido.
 Katherine no se sorprendió demasiado. Lo había intuido desde la primera vez que los vio, sus padres eran personas muy fáciles de leer. Tal vez por eso mismo sabía que eran sus padres. Debía de haberlos conocido de antes.
  Genial… descubrir presentimientos que jamás sería capaz de comprobar. Eso era algo que la molestaba sobremanera.
 Pero esto ocurría cada vez menos a menudo. Aunque seguía sin recordar nada, a pesar de que su amnesia no parecía querer hacer algún amago de retroceder,  estaba haciéndole caso omiso. Le importaba menos a medida que iban pasando los días, por lo que probablemente dejaría de molestarse por eso en un par de meses a lo sumo. Katherine intuía esto… y se alegraba.
   Haría más fácil hacer lo que su tío le había dicho. Con el tiempo sus primos dejarían de hacerle preguntas sobre el tema. Katherine ya se estaba cansando de tener que repetirles la misma excusa una y otra vez,  revivir unos recuerdos que sabía que no había tenido, por mucho que su tío dijese que había sido así.
 Porque Katherine, a pesar de ser tan pequeña, sabía que reconocería sus recuerdos al punto si se dignaban a aparecer, lo cual no era el caso, por supuesto.
 -Quiero un perrito.-les dijo Bonnie un día a sus padres.
 La madre rodó los ojos.
-¿Otra vez? Nos has pedido miles de veces un perrito.
-Tres años, más concretamente.-Bonnie miró con ojillos de cordero a sus padres, que estaban en el salón, habiendo estado charlando un poco desde hacía rato. Ambos se miraron y sonrieron un poco.
-Bueno, podemos pensárnoslo ahora que está aquí Katherine. ¿Te gustan los perros, hija?-dijo su padre mirándola.
 Katherine se encogió de hombros. No sabía si le gustaría o no tener mascota, aunque a ella le gustaban más los gatos, o eso creía. Pero no quiso disgustar a Bonnie.
-Creo que… ¡sí, a mí también me encantaría tener una mascota! Podría ayudar a Bonnie a cuidarla, y estoy segura de que nos ayudarían los demás.-Bianca, que acababa de entrar en la sala, asintió, dando un saltito de alegría. Cogió a Katherine de las manos y se puso a dar vueltas con ellas, con las mejillas coloradas como siempre. El resultado de comer más fruta que los demás y pasarse el día al sol.
 Al cabo de un rato de discutir el tema entre ellos, los padres asintieron.
-De acuerdo, la semana que viene iremos a por un perrito.-dijo la madre. Las tres niñas chillaron de alegría y se abrazaron las unas a las otras, lo que hizo que William entrase, poniéndose las manos en las orejas.
-¿Qué es este alboroto? ¡Ah, niñas alborotadas! ¡Por un momento creí escuchar gaviotas en la casa!
 Esto le valió un codazo por parte de Bonnie, pero las risas de alegría continuaron. Luego entró Peter, que había visto el codazo y se unió a las risas también.
 Los padres se miraron y sonrieron, para luego mirar a los niños y encogerse de hombros. ¡Ay, estos críos, que siempre se alegraban por cualquier cosa! Y sobre todo por un animal…
 A Bonnie le encantaban los animales. Siempre acababa rescatando a todo animal herido que se encontrase, rasgo que Katherine descubrió que compartía con ella. Le encantaba ayudarla a curar alas de pajaritos heridos o conejos con patitas rotas.
 Peter, cada vez que las veía hacer eso (lo cual ocurría con frecuencia) movía la cabeza de un lado para otro y decía:
-¡Qué sentimentales sois!
 Y ellas, tanto Bonnie como Katherine, se echaban a reír, sobre todo si en aquel momento tenían a la criatura en cuestión en brazos.
 Los días siguientes transcurrieron iguales, de aquella guisa. Pero había algo que Katherine no olvidaría durante el resto de su vida, a pesar de todo lo que le pasó. Fue su primer viaje en bote.
 La familia tenía varios botes que estaban anclados junto a los de los pescadores. El padre de Katherine y de Bonnie pagaba a uno para que de vez en cuando le trajese algo de pescado. Siempre era bueno por si algún día había nieve y se quedaban atrapados, así tendrían reservas de sobra.
 Pero Bonnie tenía uno para ella solita. El viaje en bote que la niña prometió fue pospuesto durante bastantes días debido a los incesantes movimientos de las olas, que a pesar de ser verano recibían de vez en cuando una brisa considerable, y no era seguro navegar en esa situación para una chica de su edad. Aun así Katherine espero con ilusión a que llegase el día en el que pudiesen hacer el viaje prometido.
 Y ese día llegó.
-¿Seguro que no nos dejamos nada?-preguntó Katherine por enésima vez mientras correteaba alrededor del bote. Bianca y William ya estaba dentro, pero Peter estaba metiendo dentro algunas de las provisiones que tenían que llevarse por si había alguna emergencia. Bonnie estaba empujando ya el bote al agua, casi tan impaciente como su hermana.
-¡Que no, Kitty, que no nos hemos dejado nada!-canturreó William.
-¡No me llames Kitty!-chilló Katherine con indignación. Pero luego salpicó un poco a William y se las arregló para darle una sorpresa al muchacho. Ella no se dejaba pillar tan fácilmente por las bromas de su primo.
 Bonnie rodó los ojos y vio como Peter se subía al bote. El chico le dio para mano para ayudarla a subir y luego aupó a Katherine para que la niña pudiese montarse también. No había podido subir sola incluso de haber sabido remar, era bastante pequeña todavía, demasiado bajita como para alcanzar siquiera la popa del bote, por lo que probablemente subir habría sido todo un reto para ella.
  Cuando al fin estuvieron todos en el bote Bonnie cogió los remos y se dispuso a arrastrar el bote a alta mar.
 Remaba bastante bien, incluso algo más rápido que algunos de los pescadores o muchachos que iban por las noches allí como… diversión. Por lo menos eso es lo que intuía Katherine cuando les veía y oía reírse. Aunque tampoco podía ver demasiado desde la ventana de su habitación por la noche.
  Y Bonnie parecía ser, sin duda, la que mejor se lo pasaba en el mar, ya fuese remando o nadando. Se le encendían chiribitas en los ojos, parecía muy feliz allí, como si fuese su segundo hogar. Katherine lo notó enseguida.
  Decidió que para ella tampoco estaba mal. ¡Había una vista tan bonita desde allí! Estar parados en medio del océano, viendo de lejos la orilla y las islas de alrededor era algo encantador, sobre todo porque se podían ver algunos peces nadando alrededor.
-¿Hacéis esto muy a menudo?
-Cada vez que podemos.-respondió Bonnie-aunque también nos paramos a menudo en alguna de las islitas de alrededor.
-No son islas, son rocas con arena-replicó Peter, levantándose y mirando a su alrededor. Oteaba el horizonte como si fuese un pirata.
-¡Pues para mí son islas, que quieres que te diga!-replicó Bonnie, aún alegre.-No va nadie a ellas, ni siquiera los pescadores, por lo tanto son nuestras.
-¿Y por qué no va nadie?-preguntó Katherine, sorprendida. Había estado mirando las pequeñas islitas maravillada, subiéndose incluso por la espalda de Peter para verlo desde más arriba. Katherine era muy pequeñita para su edad, por lo tanto Peter no sintió apenas el peso de la niña. La aupó hasta sus hombros para que pudiese ver mejor aquellas islitas.
  Pero, tal como Peter había dicho, no eran islitas, casi todas eran rocas que tenían arena y algo de vegetación que había madurado lo bastante como para convertirse en algo parecido a una isla.
  Todas estaban repartidas como los pequeños trozos de un puzzle o de una roca rota. Es más, en realidad eran eso, una enorme roca rota. En el pueblo se contaba una pequeña leyenda que decía que un barco había chocado con la roca hace un par de siglos y la había roto, haciendo que se expandiese poco a poco hasta quedarse tal como estaba en la actualidad.
  Pero claro, eso era algo que no se había podido comprobar nunca.
-Porque dicen que rondan fantasmas por allí.-dijo Bianca, temblando un poco de miedo al recordarlo. William miró a su hermana fijamente, sin decir nada, por lo que Katherine dedujo que, a pesar de no querer admitirlo, sentía el mismo miedo.
-¡Eso son leyendas!-replicó Peter tajantemente.-Seguramente ocurrirán fenómenos físicos peligrosos en las rocas, cuentan eso para asustar a los niños. Eso es lo que dijo el tío.
-¿Y también rondan hombres lobo? ¿Y hadas que cuando caen la noche se convierten en gatos blancos…o en brujas malvadas que se dedican a cocinar pociones y a planear su conquista del mundo?-canturreó Katherine mientras se apoyaba en el borde del barco y comenzaba a meter las manos en el agua fresca, llevándosela de vez en cuando a la cara. Era algo bastante agradable.
-¡Sí, ya, y vampiros también, ya que estamos!-exclamó Bonnie rodando los ojos y salpicando a su hermana .-¿Aún lees esos cuentos?
-Sí, pero lo que he dicho me lo he inventado.
-No, niña, no te lo has inventado.-replicó Bonnie mientras William soltaba una risita. Katherine estaba muy graciosa de esa guisa.
-Sí que me lo he inventado. Las hadas, las brujas y los fantasmas son otras personas, no las de los cuentos. Ésos siguen con sus vidas en sus historias.
-¿Y éstos en qué historia están?-le preguntó Bianca olvidando el miedo que había sentido al recordar las historias de miedo.
-No sé, ya te lo diré algún día.-Katherine se encogió de hombros y metió los codos en el agua, con la intención de tocar algún pez si era posible. William, tan distraído como ella, hizo lo mismo.
-Mira, niña, así se pesca-cogió un pez pequeño y lo cogió con habilidad, enseñándoselo.
 Katherine le dio un besito al pez en la cabeza y le dio un palmetazo en la mano a su primo, con la intención de que soltase el pez. William lo soltó, pero le dio un rápido tirón de pelo a Katherine.
-Tienes la fuerza de un gatito pequeño.
-¡Miau…marramiau…!-Katherine fingió maullar y alzó una garra frente a la cara de su primo, divertida. Bonnie se echó a reír y siguió remando, para que pudiesen dar una vuelta alrededor de las islas.
 La más grande de ellas parecía tener un enorme bosque y varias cuevas. Y muchos animalitos pequeños. Sobre todo cuervos.
-¿Se puede saber qué demonios hacen los cuervos ahí durante el día?-preguntó William ceñudo. Muchos de ellos picoteaban las manzanas que había en los árboles.
-¿Quién cuida los árboles?-le preguntó Katherine a los demás.
 Ellos se encogieron de hombros.
-No hace falta.-le respondió Bianca.-En invierno y en otoño llueve bastante, por lo que tienen alimento de sobra para dar y regalar.
-¿Qué pasaría si lloviese ahora mismo?-no pudo evitar preguntar Katherine.
-Pues que nos convertiríamos en náufragos y que tendríamos que empezar a vivir como Robinson Crusoe.-Peter parecía casi entusiasmado con la idea.-Un día tenemos que irnos a vivir unos días a aquella isla. ¡O a las de alrededor, me da igual!
-¿Quién es?-le preguntó Katherine.
-Te han comprado el libro, así que es mejor que lo sepas cuando lo leas.-le respondió Peter, pensativo.
 Se pasaron el resto del día por allí navegando, aunque hicieron paradas en tres de las islas. Se podía correr y jugar por ellas perfectamente, aunque el tacto del suelo era un poco resbaladizo, y si alguno de ellos se caía podría hacerse bastante daño. Katherine tuvo que ser agarrada por Peter o por William para no caerse al suelo, lo cual ocurrió en bastantes ocasiones.
 También cogieron flores. Sobre todo prímulas. A Katherine le colocaron una en el pelo, pero a la niña no le gustaban esas flores. No contrastaban lo suficiente con su cabello negro, aunque quedaban bastante mejor en el de Bonnie.
 Había una única cosa que a Katherine no le gustó de aquel viajecito en bote. En una de las “islas” las rocas se alzaban enormes y traicioneras, pero extrañamente bellas. La niña se fijó en que eran lo bastante grandes como para ocultar algo… fuera lo que fuese.
   Se estremeció cuando oyó un débil canto en su cabeza. Era justo lo que ella se imaginaba del canto de las sirenas, y no le gustaba nada. No era muy difícil imaginarse a las sirenas en algún rincón de aquellas rocas peinándose y cantando. A la niña no le gustaban las sirenas, aunque ella no sabía muy bien el por qué. A Bonnie y a Bianca les parecían entrañables, pero ella las veía como a los demonios de los cuentos.
  Atraían con su canto a los marineros, se mostraban dulces y amables con ellos, prometiéndoles amor eterno y todo lo que fuese a cambio de que hiciesen cualquier tontería por ellas, y eso si no estaban hambrientas. Y luego, finalmente, les mataban. ¿Qué sentido tenía eso? El hechizo de una sirena parecía algo espantoso y horrible, algo demasiado “maléfico” para su gusto.

 ¡Menos mal que no existían!
 Pero casi se sintió triste cuando vio que el cielo comenzaba a anaranjarse. Pronto sería la hora del crepúsculo.
   Cuando emprendieron el camino de regreso Bonnie comenzó a cantar una canción de marineros. Una canción de marineros que había sido inventada por ella misma, por lo que era bastante incomprensible.
-¡Los tíos se van a enfadar cómo sepan que hemos estado tanto tiempo en las islas!-dijo Bianca mientras le tapaba las orejas a Bonnie.
-No deben de saber que hemos estado siquiera en una de las islas, da igual lo segura que sea.
-Peter…-comenzó a decir Katherine, pensativa.
-¿Qué pasa?
-Verás, es qué…
 Pero la niña no logró jamás terminar su frase. Estaba apoyada en el borde del barco, por lo que tuvo un movimiento involuntario… que la tiró al agua.
 La niña chilló mientras los demás se apresuraban a rescatarla. Tuvieron que aunar Peter y William sus esfuerzos para agarrar las manitas de la niña y subirla de nuevo a la barca, mientras tosía y escupía agua.
-¿Se puede saber qué ha pasado? ¿Te has apoyado demasiado en el borde?-Bianca la miró con preocupación mientras le revolvía el pelo para así secárselo. Menos mal que la ropa que habían traído estaba mojada ya de primera hora. Las ropas de todos se mojaron cuando una ola las cogió en un despiste de los chicos poco antes del mediodía. Por lo que no se metería en ningún lío.
-No lo sé…-en realidad Katherine estaba segura de que no se había apoyado en el borde o nada por el estilo, incluso que estaba más alejada de la cuenta, pero de todos modos tuvo que admitirse a sí misma que probablemente había hecho algún movimiento involuntario… nadie, absolutamente nadie, la había empujado al agua. De todos modos ni siquiera estaba enfadada.
-¡Al final tendremos que darte clases!-exclamó Bonnie, fingiendo algo de exasperación.
-¿Clases de qué?
-De cómo no ser tan torpe. Jamás me lo habría imaginado, pero eres la primera persona que conozco más torpe que Bianca… ¡y eso que eres mi hermana!
 Katherine iba a replicarle algo a su hermana cuando entonces… oyeron algo de música. Se acercaban a la orilla y oyeron algo de música. Y varias figuras en la playa… parecía que se estuviese celebrando algo.
 Todos y cada uno de ellos se quedaron mirando a la orilla, sorprendidos. Bonnie incluso dejó de remar.
 Pero luego salió de su distracción y se apresuró a remar a la orilla, aunque en realidad había reaccionado solamente para ver lo que pasaba.
 Se bajaron rápidamente del bote y corrieron junto a los causantes de aquel alboroto. Unos cuantos jóvenes del pueblo estaban charlando animadamente, aunque también había varios niños y un anciano que parecía estar feliz. O más bien orgulloso.
   Peter se acercó al anciano, que era el que estaba más cerca, y le preguntó con educación que estaban celebrando.
 -No estamos celebrando nada, joven, es que nos acaban de llegar unos rumores bastante interesantes.
-¿Puede decirme usted qué rumores son?
-No están muy claros, joven, pero dicen que ha renacido un viejo movimiento que llevaba años Muerto. Han dado un golpe bastante fuerte, ¡cómo los valientes!-el tono en el que hablaba denotaba un orgullo increíble, como el amor que sienten la mayoría de los patriotas, pero Peter tenía la sensación de que aquel anciano no tenía ni la menor idea de lo que había pasado de verdad.
 Tal vez estuviese desvariando.
 Así que, educadamente, le dio las gracias, pero luego se las arregló para preguntarle a alguno de los jóvenes, que tampoco parecía muy seguro de lo que había pasado, pero que le dio más información que el anciano.
-Dicen que las cosas irán mejor a partir de ahora. Han logrado ahogar un problema que se nos venía encima, por lo que estoy seguro de que han evitado otra guerra. Otra guerra-el joven inspiró y espiró profundamente antes de seguir-¿Te imaginas? Han hecho un gran trabajo.
 Peter no estaba muy seguro de lo que le acababan de decir, así que indagó un poco más. Discretamente, le preguntó a otro de los jóvenes.
-Los chicos del señor Di Vaarsen han sido muy valientes. Nadie sabe exactamente lo que ha pasado pero se rumorea que han superado una gran crisis. Andan por ahí con aires de victoria, pero se rumorea que han mejorado bastante, que son ahora más notables que antes.-el joven parecía más seguro, e incluso casi tan orgulloso como el anciano.
 Peter sintió la suficiente confianza como para decirle al joven la poca información que había sacado. El joven se encogió de hombros y negó con la cabeza.
-Aquí nadie sabe nada más, así que no creo que logres averiguar nada más. Pero de alguna forma se siente, ¿sabes? Lo entenderás mejor dentro de un par de años.
 Peter le dio las gracias al joven y regresó con los demás, relatándoles la poca información que había sido capaz de sacar.
-¿Quién es el señor Di Vaarsen?-preguntó William. Peter se encogió de hombros, pero Bianca soltó una exclamación y dijo:
-Creo que es un viejo amigo de papá, le he oído varias veces hablar de él. No es un señor muy famoso, pero parece que es todo un hombre de negocios. Bastante fiero, según palabras de papá.
-¿Y tú cuando demonios has oído eso?-le preguntó Peter.
-No sé, creo que hará un par de meses.-dijo Bianca, aún no muy segura de aquella información.
-¿Por qué no le preguntamos?-saltó Katherine, con la esperanza de que aquello hiciese vacilar a su tío respecto a la información que claramente se estaba guardando. Aún estaba dispuesta a aprovechar cualquier oportunidad.
 Bianca negó con la cabeza.
-No creo que sea buena idea. No habló muy bien de él.
 La niña no lo había dicho todo. Más que hablar mal de él, su padre había puesto una expresión muy rara, como de rabia o de crispación, que de todos modos casi era graciosa.
-Esperemos un par de días, tal vez se entere él mismo de lo que ha pasado aquí y se le escape algo. Vendrá dentro de una semana.
-¡Eso es mucho!-se quejó Katherine.
-Ahora dirás eso.-replicó William apoyando una mano en el hombro de la niña-pero luego te darás cuenta de que las semanas pasan cada vez más rápido, hasta que finalmente se convierten en segundos… y en el momento de regresar a clases.
 Iba a decir algo más, pero fue interrumpido por un niño del pueblo que había venido corriendo hacia ellos.
  Bueno… parecía ser del pueblo por las pintorescas ropas que llevaba, pero había algo que le distinguía de los demás… en sus ojos había una expresión expectante e inteligente, traviesa y su cabello rubio parecía estar bien peinado (algo que ya le diferenciaba bastante del resto de los niños del pueblo). Parecía alegrarse mucho de verles.
 Pero sobre todo había en él cierta sofisticación que no había en el resto de los niños del pueblo.
-¿Queréis uniros a la celebración?-les preguntó con una sonrisa amable. Les miraba con curiosidad, como si viesen algo más interesante de lo que habían visto anteriormente en el pueblo. Como si se alegrasen de verles. ¿Por qué sería?
 Peter negó con la cabeza.
-Gracias, chaval, pero nosotros tenemos que regresar a casa. Se hace tarde.
-Bah, por fa, sólo un ratito… será más divertido. ¿No queréis probar esto?-sacó unas frambuesas recién cogidas, ofreciéndoselas.
 A Bonnie se le hizo la boca agua, y a Peter también, que dijo, ahora con bastante vacilación.
-Nos encantaría, pero nos reñirán si llegamos tarde. Nos hemos pasado todo el día fuera.
  Otros niños se acercaron y se pusieron detrás del primero. En todos ellos brillaba la misma sofisticación y la misma curiosidad insatisfecha. Los chicos tuvieron la sensación de que esas criaturas no eran del pueblo. De que venían de un lugar mucho más refinado, a pesar de que ellos mismos eran refinados comparados con los otros niños del pueblo.
 Y entonces sonó la música.
 Era como un sonido de tambor, vibrante y sorprendente. Los chicos dieron un respingo de sorpresa. No tardó en oírse el sonido de una flauta y un dulce canto. Parecía una canción de victoria.
 Pero… ¿qué victoria se estaría celebrando? Aquello era sin duda un auténtico misterio. Un misterio fascinante.
 Y las frambuesas parecían deliciosas, y no solamente a Bonnie y a Peter, que adoraban esa fruta, sino también a los demás. Aquella fiestecita se estaba convirtiendo en una tentación irresistible.
 Y finalmente terminaron por dejarse llevar por la tentación.
  Primero fue Bonnie la que cayó, arrastrando a Bianca de la mano. Después les siguió Peter, y William, que tuvo que llevar a Katherine de la mano, pues aún parecía algo vacilante.
 Pero la verdad es que ella no sabía el por qué. No veía motivo alguno para sentirse así.
  Comieron frambuesas y estuvieron jugando y bailando con aquellos niños, como si formasen de verdad parte de aquella comitiva, olvidando por completo que tenían que regresar a casa antes del anochecer.
 Pero claro, para cuando recordaron que tenían que regresar ya era de noche. Peter se alarmó y prácticamente casi arrastró hacia los demás de vuelta a casa.
 Aun así siguieron oyendo la música mientras corrían apresurados de vuelta a casa. Y la seguirían oyendo durante muchísimo rato, incluso en sus sueños, pudiendo ser perfectamente parte de sus buenos sueños.
 O de sus pesadillas.
  Recibieron una buena bronca, por supuesto, pero no una demasiado grande, pues para su sorpresa no habían llegado demasiado tarde. Y el atracón de frambuesas no les había quitado el apetito… ¡claro que no!
 Ni siquiera a Peter, que era el que más había comido.
  Todos se quedaron dormidos muy pronto aquella noche. Estaban muy cansados por el ajetreado día que habían pasado.
  Pero Katherine fue la que más tardó en dormirse. Desde su ventana se oía mejor la música de celebración, y aunque aquello no le impidió dormirse, sí que llegó a inquietarle un poco en el fondo.
 Incluso en sus sueños…
 Bueno, más concretamente en su sueño. Katherine tuvo aquella noche, desde que podía recordar, su primer sueño.
 No era un sueño especialmente inquietante, ni siquiera podía llamársele aún pesadilla, pero era algo extraño. Aunque ella no lo llamaría así hasta dentro de mucho tiempo, cuando al fin tuviese más sueños.
 En ese sueño volvía a ver el paisaje que había visto pasar por el tren, aquel que no había conseguido ver apenas, ni siquiera bajo la luz del día, por culpa de la velocidad.
 Pero ésta vez no estaba viéndolo desde el tren. Estaba dentro de aquella vegetación, atrapada en un bosque interminable que se veía todo difuso y borroso, al igual que aquellas sombras, lo cual ya era de por sí bastante decepcionante… ¿es que acaso no iba a poder ver ni siquiera en sueños lo que había sido incapaz de ver despierta? ¡No era justo!
   Katherine corría por aquel lugar tratando de encontrar una salida, o simplemente algún lugar en el que pudiesen darle información. O encontrar su casa. No tenía miedo pero sentía una curiosidad insatisfecha que le latía como el hambre.
  Y entonces, cuando se hizo de noche, comenzó a sentir miedo. Porque no encontraba la salida ni algún lugar conocido, absolutamente nada. Y eso no le gustaba a ella nada, ya era demasiado.
 Así que gritó pidiendo auxilio.
   El grito no fue escuchado, pero a ella le invadió la oscuridad, y se despertó, olvidando por completo aquel extraño sueño. Katherine recordaba haber soñado algo pero no aquel sueño, que regresaría más tarde…
 Henry tenía muchas cosas en las que pensar. Muchos negocios que hacer. Y no todos esos negocios eran precisamente agradables.
 La ciudad era el lugar en el que le habían citado una y otra vez para todos y cada uno de sus negocios, incluso los comerciales. Henry odiaba con toda su alma los tratos comerciales. Le aburrían demasiado.
 Pero aquello era muy distinto.
 Cuando se bajó del coche y llamó a la puerta de aquel despacho sintió unas ganas tremendas de regresar a casa y de alegar alguna enfermedad. Lo que fuese con tal de no tener que ver a aquellos hombres.
 Pero, desgraciadamente, aquello era algo de lo que no podía huir.
 No tuvo que esperar mucho para que le abriesen la puerta. Allí le esperaba un hombre trajeado de cabello negro, barba de judío algo más corta de la cuenta y mirada fría pero amigable. “El señor Sanders” pensó Henry.
  El hombre se levantó y le estrechó la mano.
-Es un placer verte por aquí hoy, Henry.
-Lo mismo, digo. Supongo.-le respondió secamente Henry, estrechándole la mano y sin arrepentirse de haber dejado escapar lo último que había dicho. Sabía que al señor Sanders no le importaría. Es más, le importaba un carajo como se sintiera o si le caía bien o mal, lo único que le importaba a ambos era el pequeño negocio, o más bien trato, que se traían entre manos.
-No, no lo sé. Se supone que yo no sé lo que piensas, Henry.-le respondió el hombre, que parecía divertido.
-Bueno… ¿tienes los papeles?
-Sí. Aquí están. Estos papeles te desvincularán de este turbio asunto. Nadie sabrá que estuviste en la ciudad, ni tú ni la niña. Si alguien se atreve a investigar o le pregunta algo, no tiene más que enseñar estos papeles. Entonces le dejarán en paz y no le molestarán más. Puede considerarse libre de todo este asunto, por lo menos en lo que se refiere a asuntos “legales”-el hombre se ajustó la corbata y sonrió con cierta picardía.
 Henry le cogió los papeles y los examinó atentamente, con ojo frío y calculador. Al cabo de unos minutos suspiró aliviado. Estaba al parecer todo en orden, no había nada de lo que preocuparse.
  Se guardó rápidamente los papeles en su maletín, deseando llegar a casa para esconderlos bien guardaditos en su despacho.
-Perfecto. Aquí tienes el dinero.-sacó un buen fajo de billetes y se los puso en la mano al hombre, que se guardó el dinero y se echó a reír.
-Soborno, querrás decir. No me habría molestado en hacerte este favor si no hubiese sido por eso. Pero aun así ha sido un placer hacer negocios contigo, viejo lobo.-se sentó de nuevo en su silla, alejándose de Henry, y ladeando la cabeza, abriendo un pequeño cajón debajo de su mesa en el que guardó el dinero y rebuscó en busca de algo que Henry no pudo ver, por suerte para él. Henry casi sintió ganas de soltar un comentario sarcástico. El humor de Henry contrastaba con el del señor Sanders…bastante.
 El señor Sanders parecía estar de tan buen humor que daba la sensación de que le llamaría amigo a cualquier individuo sin estar siquiera un poquito borracho, lo cual, en el caso de aquel hombre, sí que era estar de muy buen humor.
-Lo mismo digo, supongo.-Y esto casi lo decía de corazón, a pesar de que el señor Sanders le caía fatal. El hombre le había hecho un gran favor, y eso se lo agradecía de veras.
-Por cierto…tengo una pequeña pregunta. ¿Siguen extendiéndose esos molestos rumores?-dijo Henry al cabo de un rato, tras un silencio que más que incómodo era inevitable, ya que de todos modos a ninguno de los dos le importaba, sobre todo al señor Sanders
 El hombre asintió, sonriendo ampliamente, levantándose y cogiendo a Henry del brazo. Le arrastró hacia la ventana mientras le iba diciendo:
-Más que nunca, Henry, más que nunca… nadie sabrá nunca lo que ha pasado de verdad, excepto nuestros chicos, por supuesto, nuestros pequeños “alborotadores” Ellos están ahora mismo disfrutando de su victoria, ¿sabe usted? Andan de muy buen humor, están aprovechando el tiempo la mar de bien, eso se lo puedo asegurar, mi viejo amigo, completamente.... Y las celebraciones siguen aún, incluso por parte de aquellos que no saben ni sabrán nada, que son la mayoría… lo cual me parece sencillamente fascinante, ¿Sabe?…mírelo bien, Henry, mírelo bien.-el tono de voz del señor Sanders era bastante animado, como si estuviese hablando de un hecho agradable, de algo bueno que había sucedido hacía poco tiempo.
 Tal como había ocurrido con algunos.
Henry miró por la ventana tal como le decían. Y no pudo evitar sonreír con cierta tristeza.


CAPÍTULO 1

 El día era claro y despejado, sin una sola nube en el cielo, libre de secretos. No tardaron en llegar a su destino tras la llegada del día.
 Las sombras se convirtieron en árboles y en paisajes llanos, pasando por algunos pueblos, hasta que finalmente acabaron por convertirse en casas altas y bajas, con calles llenas de gente y de actividad.
 Fue allí donde se detuvieron.
 El hombre y la niña se bajaron del tren, él algo dormido aún y ella mirándolo todo con curiosidad y con cierta fascinación, como quién ve el mundo por primera vez. Y, efectivamente, así era.
 La estación estaba llena de gente, a pesar de ser tan temprano. Muchos iban de un lado para otro charlando, reencontrándose los unos con los otros o marchándose a lugares lejanos.
 Casi todos llevaban abrigos de viaje. Había algunos niños de la edad de Katherine que correteaban por allí alegremente, riendo.
 La  niña miró al hombre, preguntándole varias cosas.
 Y así, mientras buscaban un lugar para desayunar, fueron charlando de varias cosas interesantes.
 Así fue Katherine como supo que aquel hombre era su tío, el hermano de su padre, y que se llamaba Henry Delaga. Por lo tanto, así se apellidaba ella. Delaga.
  Pero no se parecía mucho a él. Es más, no se parecían en nada. El hombre era pálido, rubio y de rostro bonachón, algo que en el rostro de alguien más gordo le daría cierto aspecto de Papá Noel.
 La niña se toqueteó un mechón de pelo mientras hablaban. Un mechón de pelo negro y sedoso, algo esponjoso.
 Pero no pudo verse de verdad hasta que pasaron por un escaparate. Ella era una niña muy bajita, de piel agradablemente bronceada por el sol y un sedoso cabello negro que le caía suelo como una cascada por más de la mitad de la espalda, y algunos mechones por los hombros. Sus rasgos eran redondos, infantiles, pero que en cierto modo recordaban a los de un gatito pequeño, aún no definidos.
 Aunque su rasgo más bello y emblemático en ella eran sus ojos. Esos brillantes ojos azules de un tono más luminoso que el del cielo o el lapislázuli, claros.
 Llevaba un vestido verde esmeralda arrugado y lleno de polvo, pero que debió de haber sido muy bonito cuando estaba nuevo.
 Y en el cuello llevaba un collar de esmeraldas bellísimo, con un símbolo que le pareció curioso.
 Y fue justamente lo único que no le preguntó a aquel hombre.
 Pero de todos modos creyó todo lo que le contó su tío. Sus palabras eran sinceras, aquel hombre era bondadoso, eso estaba claro, ella lo hubiese sabido incluso si no se hallase en aquella situación.
 Aunque de todos modos… ¿acaso tenía razones para no creerle? ¿Por qué iba a mentirle él a ella? No tenía motivos.
 Hablando y hablando llegaron a la cafetería más cercana, dónde desayunaron. Katherine descubrió así que tenía un apetito excelente, aunque hasta ahora no se había dado cuenta de lo hambrienta que estaba.
 Se zampó un buen plato de tostadas con mermelada y un plato de huevos fritos con beicon. Había estado hambrienta durante bastante tiempo.
 Estuvo mirando por la ventana durante bastantes minutos mientras comía. La actividad de la ciudad le resultaba fascinante. Desde allí las casas eran muy altas y bellas, la mayoría victorianas.
 Mucha gente pasaba por allí, y la niña se divirtió mucho contándolas. El señor con traje y corbata que discutía de negocios con un hombre anciano, la mujer que llevaba a sus hijos al colegio, varios jóvenes que parecían reír de a saber qué cosa…e incluso un hombre que llevaba de la correa a tres perros y a un gatito pequeño en brazos. La verdad es que todo aquello le resultaba a la niña algo nuevo, fascinante.
  Henry estaba encantado con el interés que tenía la niña. Su sobrina no parecía estar nerviosa ni asustada por todo lo nuevo, simplemente curiosa, lo cual ya facilitaba mucho las cosas.
 Cuando salieron de la cafetería cogieron un taxi que los llevó por gran parte de la ciudad, hasta que llegaron a un aparcamiento en el que había aparcados muchos coches deslumbrantes.
 Cogieron un enorme Mercedes negro y salieron de la ciudad.
 Katherine soltó una exclamación de sorpresa cuando abandonaron la ciudad para verse de repente en medio de un paisaje completamente distinto, parecido en cierta forma al que habían visto en el tren.
  Pero los árboles eran más bonitos, altos y muy verdes, como si tratasen de alcanzar el cielo, y en algunos había frutos, como castañas y naranjas. Sus hojas se movían al viento, algo que a Katherine le encantó.
 Y vio las flores…algo que no había visto antes. Se encontró bastantes por el camino. Muchas de ellas eran flores secas, muertas, pero otras eran preciosas, pero frágiles, como las petunias, las margaritas, los girasoles, los geranios…y las amapolas.
   Todas plantadas por el viento que traía sus semillas. Excepto las flores que veía en el jardín de las pocas casas por las que pasaron, por supuesto, todas ellas siendo casas de campo.
 -¿Pero por qué vivimos tan lejos?-le preguntó Katherine a su tío. Le gustaba aquel paisaje, pero en cierto modo estaba decepcionada. Hubiese estado bien eso de vivir en la ciudad.
 Su tío adivinó sus pensamientos y se echó a reír.
-¡Visitamos la ciudad a menudo, Katherine, así que no la eches de menos! Pero estoy seguro de que te gustará el lugar en el que vives. Está junto a la playa. Tenéis pocos vecinos, pero está cerca del pueblo.
-¿Y de verdad tengo padres y una hermana mayor?
-Sí. Y recuerda que tu hermana es algo extraña. Está encantada de que vengas al fin, pero que no te extrañe si se porta raro. Ella es así.
-¿Y yo soy rara?
 Aquello le hizo más gracia a Henry.
-¡Eso no lo sé! Tú misma lo decidirás.
 Katherine estuvo a punto de hacerle otra pregunta, pero se contuvo. Su tío le había hablado de muchas cosas ya, como de su edad, de su familia, de lo que se podría encontrar allí, de algunas cosas acerca de ella misma que tendría que saber, etc… pero había algo de lo que no le había hablado, algo que a ella le hubiese gustado mucho saber.
 Como lo que había pasado antes de que se despertara en el tren. La niña seguía sin recordar nada…absolutamente nada. Era como si hubiese nacido de nuevo, algo que no lograba incomodarla.
  Y Henry parecía reacio a contarle nada. En un par de ocasiones había estado a punto de escapársele algo, pero siempre se las había arreglado para contenerse a tiempo. Eso era lo único de lo que Katherine sospechaba.
  Su tío volvió a leerle sus pensamientos.
-Esto… es un poco complicado, si tienes un poco de paciencia hablaremos de ello cuando estemos en casa y nos hayamos instalado y todo lo demás, pequeña, ¿de acuerdo?
 Katherine le miró fijamente, entrecerrando un poco los ojos. Aquello le daba cierto aspecto de gatito al acecho, lo que hacía sospechar a su tío. Pero finalmente la niña sonrió y asintió con la cabeza.
-¡Vale!
 -¡Así me gusta, Katherine!-Henry asintió, completamente aliviado con la conformidad de la niña. Sabía lo que le diría a la niña, pero estaba completamente seguro de que aquel no era el lugar ni el momento para tener aquella charla.
 Mientras tanto llegaron a ver el mar. Katherine miró por la ventanilla y abrió la boca al ver el mar. ¡Era tan bonito! De un color muy claro, y sus olas parecían estar diciéndole algo.
 Daban ganas de bañarse.
-Tío, ¿puedo bañarme?
 Su tío se echó a reír:
-¡Aún no, Katherine! Pero no te preocupes, que cuando lleguemos a casa tendrás tiempo de sobra para bañarte. ¡Tenéis suerte de vivir justo al lado!
 Katherine estaba completamente de acuerdo con su tío. Si hubiese estado nerviosa aquello le habría disipado sus temores.
  Pero no estaba nerviosa por la gente a la que estaba a punto de conocer, ni por todo lo nuevo que estaba viendo. Katherine no estaba reaccionando como lo haría cualquier niña de su edad.
 Henry estaba un poco confuso por eso. No estaba muy seguro de a qué se debería, si al carácter de la niña o al hecho de no recordar nada. Al ser así no recordaría tampoco lo que era el miedo, si es que lo había conocido alguna vez.
 El hombre prefirió no pensar en eso. La situación era ahora favorable, él prefería no cambiarla.
 Por el bien de Katherine.
 Finalmente acabaron por abandonar los paisajes de campo y llegaron al pueblo. Katherine se sintió bastante sorprendida al ver que no era como la ciudad. Pensó que era como un barrio, o una ciudad en miniatura. Sus casas eran más pequeñas, casi todas blancas, y las ropas de la gente mucho más sencillas. Su aspecto era más desarreglado pero en cierto modo parecían más alegres…sobre todo los niños, allí podía verse a más criaturas correteando por allí.
 -¿Por qué todo parece más sencillo en el pueblo, tío?-le preguntó Katherine.
-En los pueblos todo es más sencillo. La gente es más pobre, sabe menos pero también tiene menos cosas que contar.-le respondió el hombre.
-¿Nosotros somos pobres?
 Henry negó con la cabeza.
-¿Por eso vivimos entonces apartados del pueblo?-le preguntó la niña ipso facto.
 Henry miró divertido a la niña.
-¿Es que tú nunca te cansas de hacer preguntas o qué?
 En vez de decir que sí, Katherine se apresuró a negar con la cabeza.
-¡Por ahora no! Ahora responde a mi pregunta.-le ordenó.
-Bueno, nuestra familia tiene varias posesiones repartidas por ahí. No somos pobres, pero fuimos más ricos en el pasado. La diferencia es que ahora los hombres tenemos que trabajar para poder seguir siendo ricos.
-¿Por qué?
-Para ganar dinero.
 Katherine iba a hacerle otra pregunta, pero entonces vio que salían del pueblo y se acercaban a una zona más alejada, bastante cercana a la plaza. Había bastantes árboles por allí.
 Sobre todo manzanos.
 Y las manzanas eran todas rojas. Daban ganas de coger y morder una.
 Finalmente llegaron a una zona más alejada en la que había algunas casas, algo más alejadas las unas de las otras que las del pueblo o la ciudad, pero más bonitas. Eran todas mansiones algo antiguas, excepto la primera con la que se encontraron, que tenía un aire estrafalario y escandalosamente moderno.  Había varias personas fuera charlando a las que Katherine no logró distinguir bien.
 Y finalmente aparcaron y se bajaron del coche.
 Katherine se negó a tomar la mano de su tío esta vez y correteó un poco detrás de él, para estirar las piernas. Se sentía algo entumecida de haber estado tanto tiempo sentada en el coche.
 Y cuando llegaron a la mansión, soltó una pequeña exclamación de asombro.
 Era preciosa, eso sí, y era la más alta de todas las casas de aquella zona, lo que le gustó más a Katherine. Tenía un aire antiguo, quizás de hace unos quinientos años, y era una mezcla entre victoriano y gótico.
 Parecía algo siniestra por fuera, ¡y más que lo hubiese parecido de no haber sido por el jardín! La verja negra no ocultaba las flores y las hortalizas que había plantada fuera. Había varias, pero Katherine solamente logró ver los tomates y algunas margaritas.
-¿Te gusta?-le preguntó Henry.
-¡Es preciosa! Pero parece un poco siniestra.-le respondió la niña sin asomo de temor. Siempre con la misma curiosidad e interés.
 -Por dentro no lo es tanto-le respondió Henry, bastante pensativo.
 Ahora se daba cuenta de que, efectivamente, la casa por fuera era un poquitín siniestra. Tal vez fuese por aquel toque gótico.
 Henry tomó a su sobrina de la mano y ambos se adentraron en aquel jardín, que por dentro parecía aún más grande. Katherine se sintió pequeña por primera vez, y eso que no se había dado cuenta antes de lo menuda que era.
 Miró hacia arriba y vio a su tío, enorme y alto. Parecía una montaña enorme a la que subirse.
 ¡Y más la casa! La pequeña Katherine sintió un asomo de adrenalina, como si estuviese en un mundo de gigantes y ella fuese Gulliver.
 Por suerte, solamente sintió aquello durante unos instantes.
  Henry respiró hondo y llamó a la puerta, con tres golpes fuertes. La niña le volvió a mirar y esperó, ésta vez sin preguntarle nada más.
  No tuvieron que esperar mucho antes de que abriesen la puerta.
 Katherine observó con curiosidad a la mujer que estaba enfrente de ellos. No era tan alta como su tío, más bien al contrario, era una cabeza menor que él, pero había en ella cierta ingenuidad que le daba un aspecto más…menudo.
 Llevaba un vestido de verano floreado y su piel era un poco más pálida que la del señor Delaga. Su pelo no era tan largo como el de Katherine, pero más o menos le llegaba hasta los hombros, en un peinado muy parecido al que llevaban gran parte de las mujeres de la ciudad, con el mismo ondulado final. Su pelo era negro, pero de un negro más común y sus facciones denotaban también bondad. Pero en su caso parecía una bondad más maternal.
 Sus ojos eran azules, como los de Katherine, pero en un tono muy distinto. Eran de un azul paliducho, común.
 La mujer miró a Katherine y sonrió. Al principio con timidez, pero luego con emoción.
 Después miró a Henry, como si le preguntase algo con la mirada. Él asintió.
-Sí, es ella.
-¿Quién es?-le preguntó Katherine a su tío.
-Esta mujer es tu madre, Katherine.
 “¿Mi madre?” pensó la niña, volviendo a mirar a la mujer. Se le hacía extraño relacionar la palabra madre con aquella mujer, y más cuando era la primera vez que la veía, al menos según su memoria.
 Pero debía de ser cierto, así que sonrió y dijo:
-Hola, madre.
 La mujer pareció más emocionada aún y le dio un fuerte abrazo a la niña. Luego miró otra vez a Henry.
-Siempre te agradeceré todo lo que has hecho.
 Henry parecía estar encantado.
-Sabes que ha sido un placer.
-Venga, pasad dentro, el resto de la familia os está esperando. ¿Estás nerviosa, Katherine?-le preguntó agachándose junto a ella.
 La niña negó con la cabeza, repitiendo lo que le había dicho antes a su tío.
-No. La verdad es que no.
-Me alegro mucho. Eso te ayudará. Vamos.-Se levantó y cogió a la niña de la mano, conduciéndola al interior de la casa. Henry los siguió, cerrando la puerta tras de sí.
  La casa por dentro no parecía ni mucho menos tan siniestra como por fuera, eso era cierto, pero conservaba su toque gótico y antiguo. Las paredes eran de un verde oscuro, antiguo, al igual que los muebles, pero destilaban vida por todas partes, sobre todo por los cuadros… y los adornos, que estaban muy bien escogidos, siendo bastante exquisitos y llenos de alegría, a pesar de la falta de color en algunas partes.
  Y allí, en el salón, estaba toda la familia congregada, esperándolos.
 Katherine no tuvo mucho tiempo al principio para fijarse bien en ellos, pues nada más entrar se le echaron todos encima para abrazarla y para decirle palabras de afecto y de bienvenida.
 Era  evidente que estaban contentos de su llegada. La niña no se asustó ante esto, pero sí que se llevó una buena sorpresa.
-¡Calmaos todos! ¡Calmaos ya! ¡No la espachurremos!-gritó la madre de Katherine, tratando de poner orden. Tuvo que dar varios golpes con una vara para que la gente se callase y la mirase.
 Y entonces Katherine pudo fijarse mejor en la gente. Aquel momento de emoción le había servido de todos modos para aprenderse los nombres de todos y cada uno de los presentes, así que por lo menos ya estaban hechas las presentaciones.
 Su padre en concreto no se parecía demasiado tampoco a ella. Tenía el pelo negro y rizado, y la piel del mismo tono de Henry, pero sus facciones, aunque bellas, eran más severas, aunque en aquel momento mostraban un aspecto casi tan bondadoso como el de su hermano. Iba vestido con trajes oscuros, como los de un ejecutivo importante. Pero no lo era. Él era inventor.
  En aquel momento acababa de dejar a Katherine en el suelo, pues había dado un par de vueltas con ella y luego había hecho lo mismo que su madre, le había dado un abrazo y se había presentado.
 Su tía había hecho lo mismo, y parecía casi tan emocionada como su madre. La esposa del señor Delaga era una mujer pálida y rubia, con un peinado parecido al de su cuñada, y con un vestido más claro que el de ésta. Sus ojos eran celestes, de un tono más bonito, pero tampoco se parecían demasiado a los ojos de la pequeña Katherine. La niña sintió simpatía por todos ellos al instante.
 Pero los que sin duda la habían “espachurrado” de verdad habían sido los niños. Éstos la rodeaban aún, después de haberla abrazado largamente uno por uno y haberle hablado atropelladamente, unos más que otros.
  Su hermana Bonnie, de doce años, era sin duda la que más se había emocionado. Se parecía mucho a su padre, tanto que parecía una versión femenina de él en la infancia. Llevaba de todos modos un jersey rojo y unos pantalones cortos, y el pelo rizado suelto, pero cortado de mala forma, como si se lo hubiese intentado ajustar ella misma. Pero sus ojos no eran azules, sino de un verde pálido que cuando brillaba parecían encenderse como chiribitas.
 Los otros tres eran los hijos de Henry y de Sarah Delaga. El mayor de ellos se llamaba Peter, de trece años, y era el más alto de todos, y escandalosamente parecido a su padre, tanto como se parecía Bonnie al suyo. Era rubio, de brillantes ojos dorados y mirada bondadosa, y en sus ojos brillaba una inteligencia brillante, incluso más que la de su padre. Eso era algo que todo el mundo podría ver con facilidad.
   El mediano se llamaba William, de doce años también, (era varios meses mayor que Bianca), y tenía el cabello oscuro, para alivio interno de Katherine. Se parecía poco a sus padres, casi tan poco como ella a los suyos. Sus ojos eran azules, y tenía risilla de conejo. Sin duda él sería el más divertido de todos. Era el más dado de todos a gastar bromas.
 Luego estaba la pequeña, su prima Bianca, de once años. Era una niña casi tan bajita como Katherine, aunque más alta de lo que sería ella cuando tuviese su edad. Su pelo rubio caía en unas ondas adorables, y su rostro redondo era precioso, poco definido aún, pero eso no importaba. Parecía un ángel, tan adorable que Katherine sintió el impulso de pellizcarle las mejillas, a pesar de que ella probablemente tendría la cara igual de redonda y poco definida.
 Y dato curioso, era cumplía años el mismo día que Katherine. A ambas las separaba un año exacto de diferencia.
  Cuando se calmó el barullo todos sonrieron.
-¡Es un placer estar aquí de nuevo!-exclamó Katherine. Tenía la sensación de que eso era lo que tenía que decir, sobre todo delante de los niños.
-Te echamos mucho de menos, hija-le dijo su madre.
 Katherine se limitó a sonreír, como si en cierto modo se sintiese culpable por ello. Luego dijo:
-El tío Henry me llevó por la…
 No pudo decir nada más porque su estómago rugió. Bueno, no solamente el suyo. El de un par de personas más también.
 Bob se echó a reír como un loco y Bonnie le dio un coscorrón en la cabeza, para ver si paraba de reír. No fue así.
-¿Siempre te estás riendo de esa forma?-le preguntó ella.
-Sí, siempre.-añadió un comentario grosero acerca de Bonnie que le valió otro coscorrón por parte de ésta. Pero esto le hizo mucha gracia a Katherine también.
 El padre de Katherine rodó los ojos.
-Creo que deberíamos comer todos algo…-¡Mary!-llamó con voz imperiosa.
 Dicho y hecho entró desde la cocina una mujer regordeta y con un moño canoso, de aspecto impecable.
-¿Qué desean los señores?-preguntó.
-Háganos ya el almuerzo. Aquí hay algunos que tienen hambre.
-Enseguida lo termino, señor.
-¿Terminar?
-Sí, pensé que con la llegada de la señorita Katherine sería buena idea preparar algo por anticipado.
-¡Bien, Mary, me alegra mucho tu puntualidad! Estaremos esperando en el comedor entonces.
-Como ustedes quieran, señores.-Luego avanzó hacia Katherine.-Bienvenida, señorita, la estábamos esperando. Soy Mary, vuestra criada, y estoy aquí para todo lo que necesitéis. Es un placer conocerla.-le tendió la mano.
-Encantada, Mary.-dijo ella estrechando la mano que le tendían. Olía a comida, lo que hizo que el estómago de Katherine rugiese un poco más.
 Esto provocó que Bob se echase a reír otra vez. Peter rodó los ojos.
-¡Este niño se ríe por cualquier cosa!
-Es bueno tener motivos para reír-dijo tirándole del pelo a su hermano.
  Mary se fue a la cocina y Katherine se acercó a ellos. Los adultos se miraron los unos a los otros.
  Se reunieron en el comedor para esperar el almuerzo, que resultó ser aún más delicioso que el de la cafetería :el estofado especial de Mary estaba exquisito, y el postre también, aunque las pasas… Katherine descubrió algunas cosas más acerca de lo que le gustaba y lo que no, cosas que su tío no le había contado. Quizás porque ésos eran datos que él no conocía.
 Estuvieron charlando bastante durante la comida y después de ella. Sus padres le preguntaron un montón de cosas y los chicos también, aunque su tía parecía algo silenciosa, señal de que ella sabía la información de Henry.
 Era evidente que él se lo había contado todo.  Pero Henry respondía también a algunas preguntas, sobre todo a las relacionadas con el viaje.
 Pero siempre se saltaron un tema, el único que a Katherine le interesaba de verdad. Una única cuestión.
 ¿Qué es lo que había pasado antes de que se despertara?
  No olvidaría la promesa que su tío le había hecho. Aquella noche tendría que interrogarlo, ¡ya lo creía ella que sí! Y pensaba sacárselo todo.
   Era evidente que sus padres y su tía parecían también muy cuidadosos con esa cuestión.
 Después de la comida los adultos se encerraron en el despacho del padre de Katherine para discutir acerca de algunos asuntos importantes, mientras los niños y Mary ayudaban a Katherine a instalarle.
 Le fue asignada una habitación que había junto al ático. Estaba en un sitio bastante extraño, pero seguro, y con unas vistas magníficas. Desde la ventana se veía el mar y algunas flores se asomaban por la ventana.
 Al principio le habían asignado la cama que tenía junto a la se du hermana…pero ella vio la habitación y se puso a saltar en la cama, pidiendo que le asignasen aquella habitación.
 Accedieron, sobre todo porque había más espacio.  Bianca seguiría durmiendo con Bonnie, mientras Katherine podría tener su espacio propio si quisiera en su nueva habitación.
 Antes de que Mary les echara de esa habitación para limpiarla y acomodarla, Katherine descubrió una cosa bastante interesante, sobre todo cuando se metió debajo de la cama. Una trampilla.
 Le echó un ojo a la trampilla y vio un espacio enorme y secreto debajo, ¡una habitación secreta! ¿Lo sabría alguien?
  Una vocecita en su cabeza, probablemente su conciencia, le decía una y otra vez que no, que no lo sabía nadie.
 Ese secreto fue lo que le decidió a querer quedarse con aquella habitación.
 Se pasó el resto de la tarde charlando con sus primos fuera, en la playa, y haciéndose preguntas los unos a los otros, aunque Katherine no pudo responder demasiado, aparte de lo que sabía hasta entonces.
 Por lo que se las arregló para preguntarles cosas a ellos. Era esencial que fuese ella quién les conociese también.
 Así, fue averiguando que a su hermana Bonnie le gustaba mucho salir y escalar árboles, remar y pescar, además de hacer toda clase de cosas arriesgadas. No es que le interesase hacerse pasar por un chico…simplemente es que le gustaban esas cosas. Se sentía más ella misma así, incluso con el pelo corto.  Y tenía un carácter fuerte,  con poco atisbo de debilidad en ella.
 Pero ese atisbo de debilidad existía.
 Lo único propiamente “femenino” que le gustaba hacer a Bonnie era la jardinería. Adoraba plantar cosas y ayudar al jardinero, pero prefería mil veces el mar. Soñaba con trabajar en algo relacionado con el mar cuando fuese mayor.
 Lo que fuese.
 En cuanto a Bianca, era justamente lo contrario a su prima. Dulce, delicada, y muy femenina. Le gustaban mucho las muñecas, se llevó durante un rato a Katherine a la habitación para mostrarle las que se había llevado, que no eran muchas, solamente siete, pero muy bonitas, todas con vestidos largos y caritas de porcelana, y con nombres como Betty, Anne y Marie.
 A Katherine le parecieron muy bonitas, pero descubrió que tampoco le interesarían demasiado las muñecas, aunque sí un poco más que a su hermana, sobre todo porque le inquietaban un poco sus rostros inhumanos de porcelana, como si estuviesen muertas. Bianca le regaló una, a la que terminaron por llamar Pam.  A Katherine le gustó especialmente esa muñeca porque le traía buenas vibraciones. Era la más blanca de todas, tenía el pelo blanco, un vestido lila pálido y el rostro más humano de todas las muñecas.
  William era un chico bastante divertido, parecido en cierto modo a Bonnie, sólo que era un poquito más fuerte que ella, le gustaba mucho gastar bromas y era bastante hábil a la hora de ver cosas. Tenía una vista de águila.
 Le acabó por comentar a Bonnie que su hermana tenía más habilidad que ella para detectar las bromas, lo que halagó a Katherine, aunque a William le valió un codazo de Bonnie.
 Ella era la única que siempre acababa cayendo con sus bromas.
 Pero era el más divertido, aunque en todo lo demás se parecía a su hermano mayor, Peter.
 Peter…éste era sin duda el que mejor le cayó a Katherine, aunque ella no sabría muy bien decir el por qué. Ese chico de trece años alto, rubio, de rostro bondadoso y responsable tenía algo que hacía que Katherine tuviese muy buenas vibraciones con él. Cuando hablaban podían llevarse bastante tiempo discutiendo acerca de un tema en concreto, alargándolo sobremanera.
 Se parecía muchísimo a su padre, pero tenía ideas más frescas que las de Henry. En eso se parecía un poco a Katherine…era curioso, y alegre. Al ser el mayor, era el responsable de que las cosas saliesen bien, de protegerlos en caso de que hubiese algún problema o el primero en encontrar sitios nuevos, aunque aquel día no se movieron de la playa.
   Katherine descubrió que tenía una facilidad de palabra increíble. Descubrió que, aunque no gastaba tantas bromas como su hermano pequeño, era el que podía desarmarle en un momento, o contarles a todos algo nuevo.
  ¡O conseguírselo, ya que al ser el mayor tenía bastante más fuerza!
 Él no estaba muy seguro de lo que quería ser de mayor, aunque decía que le gustaría mucho ser pintor o inventor, como su tío. O las dos cosas, ¿por qué no? Por mucho trabajo que tuviese su tío siempre encontraría algo de tiempo para pintar.
  Aparte de conocerse, estuvieron jugando en la playa, persiguiéndose los unos a los otros alegremente hasta que se hizo de noche y se dieron cuenta de que tenían que regresar a casa.
 La cena fue como un banquete, Mary se excedió, ¡incluso hizo crêpes! Era sin duda alguna toda una artista de la cocina.
  El ruido que hicieron todos  charlando aquella noche fue tremendo y alegre, tanto que era probable que les oyesen en las casas vecinas, a pesar de que todas estaban un poquitín lejos.
  Pero después de cenar, Henry llamó a Katherine para que se reuniese con él en el despacho de su padre.
  Tuvo el hombre que llamarle la atención varias veces antes de que ella pudiese escucharle, pues se había quedado completamente embobada mirando todos los trastos que había en aquella habitación :las estanterías antiguas y llenas de polvo, la mesa del despacho abarrotada de cosas raras pero sobre todo…los instrumentos que había repartidos por la habitación.
 Casi todos eran objetos transparentes como frascos llenos de líquidos de colores, o aparatos metálicos que soltaban ruidos raros, o incluso algunos cuencos de madera en los que había tornillos. ¡Muchos tornillos!
  Katherine se daría cuenta en el futuro de que aquel era sin duda el despacho más raro que vería en toda su vida.
 Por lo menos uno de los más raros.
 Cuando al fin pudo prestarle atención a su tío, éste le preguntó:
-¿Recuerdas la promesa que te hice esta mañana, Katherine?
 La niña asintió con la cabeza de inmediato, sin pararse a pensárselo siquiera durante un segundo. No se había olvidado de ello para nada, a pesar de lo que había pasado aquel día. De sentirse como en casa.
-¿Me contarás qué es lo que pasó?
-Más o menos.-le respondió Henry en un tono algo vacilante. Katherine lo notó, y entrecerró un poco los ojos, atenta a lo que su tío fuera a decirle.-Fue algo muy complicado, ¿sabes? Tuviste un accidente.
-¿Un accidente?-le preguntó la niña, sorprendida.
-Sí. Te caíste y te diste un golpe muy fuerte en la cabeza. Justamente aquí-dijo el hombre señalando una zona que estaba un poco más arriba de la nuca. Katherine imitó el gesto y él asintió.
-Te caíste de un barco porque había mucha gente…y te empujaron sin querer, porque…te habían secuestrado.
 Y empezó a contarle un montón de cosas acerca de su secuestro. Katherine le escuchó atentamente, sin ser capaz de relacionar las imágenes necesarias a sus recuerdos. Intentó con todas sus fuerzas imaginarse en esa situación…pero no fue capaz, ni siquiera cuando Henry le aseguró que así fue, y que escapó ilesa porque hubo varias personas que la vieron y que la sacaron de aquel barco.
 Un barco.
 Katherine negaba de vez en cuando con la cabeza mientras él hablaba, y Henry lo notó. Por eso, al terminar su relato, cogió la barbilla de Katherine con una mano y dijo, con algo de tristeza en la mirada:
-Sé que es difícil de creer, pero el golpe que te diste en la cabeza fue demasiado fuerte. Podría haber sido peor. En este mundo pasan tantas cosas malas como buenas, pequeña Katherine.
-¿Y por qué no me duele la cabeza? Tendría que haberme dolido un poco la cabeza.
-El hombre que te encontró te dio un tratamiento para que no te doliese…y eso es lo que has de decirle a los demás cuando te pregunten, ¿de acuerdo? Recuerda lo que te he dicho, Katherine, esto es muy importante…-Henry sabía que Katherine no le creía, que eso era lo único en lo que no le creía, la niña intentaba creerle, pero le era imposible, la oscuridad de su mente seguía siendo igual de poderosa que antes, pero tenía que hacerle prometer a la niña que les diría eso a los demás…que no confesaría que era amnésica.
-Cuando seas mayor entenderás por qué hago esto. Tanto tus padres como tu tía y yo queremos lo mejor para ti, lo sabes, ¿verdad?
 Katherine lo sabía, ¡ya lo creía ella que sí! Su intuición, a pesar de su corta edad, le decía que así era. No había más que bondad en los rostros que la rodeaban, tanto de sus padres como de sus tíos.
 Por ahora era feliz, estaba descubriendo el mundo… pero habría necesitado saber ese último detalle para que todo, absolutamente todo, fuese al fin perfecto.
 Pero al parecer no iba a poder ser. El misterio de sus recuerdos era algo con lo que tendría que cargar durante bastante tiempo, fuese verdad o no aquello que le había contado su tío sobre su secuestro.
-Sí, lo sé.-dijo ella.
-Entonces… ¿me prometes que harás lo que yo te he dicho? ¿Qué les contarás a todos lo que yo te he contado a ti?
 Katherine apartó la mano de su tío y retrocedió varios pasos, mirándole fijamente. Pero asintió con la cabeza.
-Lo prometo, tío Henry. Lo haré.
-Buena chica. Sabía que lo harías. Ahora deberías irte a la cama. El viaje ha sido largo.
-Buenas noches, tío Henry.
 Katherine se despidió de sus tíos y de sus padres y se fue a la cama, al igual que sus primos y su hermana. Se quedó sorprendida cuando al fin pudo ver su habitación arreglada.
 Las paredes, al estar más limpias, tenían un aspecto más claro, con un papel de pared nuevo y claro. Su cama estaba dónde siempre, en una esquina, y recién hecha, con varias de sus cosas en la mesilla. El armario era enorme, llegaba casi hasta el techo y Katherine no pudo evitar meterse dentro de él un momento para comprobar lo grande que era. No tenía mucha ropa, aparte de unos vestidos viejos de Bianca y de Bonnie. Tendrían que comprarle ropa nueva dentro de poco.
 Cuando salió del armario colocó su muñeca nueva en la mesilla de noche, junto a la vela. Allí le haría compañía en el hipotético caso de que tuviese miedo por la noche, lo que no era el caso.
 Había varios cuadros colgados en las paredes, la mayoría de paisajes, y uno de animales. Todos muy bonitos, quedaban bastante bien, e incluso había uno recién pintado. Aún se podía oler la pintura.
 Era el más bonito de todos, hecho por Peter, en el que se retrataba a una niña muy parecida a ella. A Katherine. Salía con un vestido blanco y rojo y sonriendo alegremente. Era evidente que Peter lo había pintado antes de conocerla, como regalo de bienvenida, basándose en lo que le habían contado acerca de ella y de cómo era. Para tener poca experiencia, estaba bastante bien pintado.
 Katherine se puso el camisón y abrió la ventana, disfrutando durante un rato de la brisa de fuera, procedente del mar.  Las flores se movían por la brisa, toqueteándole las mejillas y la nuca. La niña miró hacia abajo y vio una enredadera bajar hacia abajo. Sería ideal para bajar por allí por si algún día se quería hacer alguna escapadita, daba igual para qué.
  Finalmente cerró la ventana y se metió en la cama, reflexionando sobre todo lo que había pasado aquel día. Fuese cierto o no lo que le había contado el tío Henry acerca de su “accidente”, era evidente que estaba en su casa, que todo lo demás que le había contado era cierto. Su intuición se lo decía, también su corazón. Aquellos eran sus padres, su hermana, sus primos, que a pesar de que los hubiese visto, según su memoria, por primera vez, les había empezado a querer.
  La intuición bailarina de la niña le decía que le habían contado la verdad. Katherine era muy avispada para su edad, por eso era capaz de ver en algunas personas cuando le contaban la verdad y cuando no, a pesar de su inocencia.
 Por eso sabía ya perfectamente que lo que le había contado su tío acerca de su accidente no era probablemente cierto.
 Aunque tampoco es que pudiese estar muy segura de ello.
 Pero… ¿qué más daba? Ya tendría tiempo para recordar. Tenía mucho tiempo por delante.
 Con una sonrisa en la cara, apagó la vela y apoyó la cabeza en la almohada. El viaje había sido, tal como había dicho Henry, largo, por lo que a los pocos segundos ya se había quedado profundamente dormida…




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